¿Queremos un smartwatch?

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Si bien hoy es uno de los accesorios de moda en el plano tecnológico, te preguntaste alguna vez ¿para qué sirve verdaderamente un reloj inteligente?

¿Moda? Los relojes inteligentes no serían tan funcionales como los teléfonos.

 

La última semana, esta semana, la próxima. Todas se vienen dando al ritmo de los relojes inteligentes: los que presentaron Samsung y LG hace unos días; el de Motorola, que esta semana tendrá, finalmente, precio y fecha de venta; el que -en teoría- develará Apple el 9. No son los primeros, por supuesto. Pebble, Samsung, Sony, LG y Motorola (entre otros) ya tienen varios modelos en el mercado, intentando abastecer un público que -por ahora- no parece estar del todo convencido de la utilidad de un dispositivo de este tipo, aunque las ventas crecen.

Según estimaciones de la consultora Canalys, la versión más sencilla del reloj inteligente, la pulsera para monitoreo de actividad física, es la más popular, tanto por precio como por la claridad de su función (contar calorías, ritmo cardíaco, etcétera). Así, en Canalys calculan que en todo el mundo los envíos de estos dispositivos crecieron un 684 por ciento entre el primer semestre de 2013 y el mismo período de este año; Fit y Jawbone se llevan la parte del león, con cerca de 4,5 millones de dispositivos enviados, contra algo menos de 2 millones de relojes inteligentes, un segmento liderado por Samsung, Pebble y, en menor medida, Sony.

A principios de este año parecía que todos los fabricantes iban a presentar una pulsera para hacer ejercicio; hoy lo mismo parece suceder con el reloj inteligente aunque, notablemente, los fabricantes de relojes tradicionales han sido bastante cautos para entrar en este segmento; Swatch en teoría lo hará en 2015; Timex presentó hace unas semanas el Ironman One GPS+, un reloj con 3G (es decir, conexión independiente) y GPS para deportistas extremos.

Pero ¿tiene sentido un reloj inteligente? ¿Para qué sirve?

Los relojes inteligentes, como las pulseras, dan la hora, miden los pasos, el consumo de calorías y -en algunos casos- monitorean el ritmo cardíaco, al tiempo que permiten ver las notificaciones que llegan a nuestro teléfono en su pantalla de 1,3 a 2 pulgadas (SMS. mail, Whatsapp, Facebook, etcétera). Y, en algunos casos, interactuar con esas notificaciones.

También, ver quién nos llama (y decidir si vale la pena atenderlo), controlar la música que está reproduciendo el smartphone, ver indicaciones de mapas, funcionar como manos libres inalámbrico o sumar funciones vinculadas a contenido que le suministra el smartphone. Y permiten cambiar el diseño del dial, mostrar la hora usando letras, fomatos inusuales, etcétera.

En un caso extremo (como el Samsung Gear S) pueden hacer llamadas de voz y tienen conexión de datos independiente del smartphone. Pero también pueden servir como ayuda para pacientes con alguna enfermedad (monitoreo de signos vitales, recordatorios, etcétera). Y hay quienes los ven como una alternativa a la billetera móvil o como un método de autenticación (para abrir puertas, por ejemplo).

Ya vamos por el segundo año -como mínimo- de relojes inteligentes modernos; y se podría decir que es la segunda vuelta después de que, hace ya una década, debutaron los SPOT de Microsoft. Como idea, la del reloj conectado es genial, sobre todo porque recupera un espacio muy conveniente para recibir información, como es la muñeca. Un vistazo y sabemos la hora, o quién nos llama, o el remitente de un mensaje para determinar si vale la pena prestarle atención al teléfono o no. Pero me parece que el smartwatch no ha logrado, todavía, demostrar qué tiene de único, qué hace que no sea un accesorio medianamente superfluo. No está clara cuál es su killer app, su aplicación que da vuelta todo.

Quizá no la tiene; debe luchar contra la impronta de otros dispositivos que mostraban claramente -aún con sus iniciales impedimentos técnicos- su versatilidad. La computadora portátil y el teléfono móvil tienen una utilidad evidente: permiten hacer algo que la versión tradicional, fija, no puede. Las versiones originales eran pesadas, de duración limitada, carísimas. Pero la conveniencia era indiscutible. Lo mismo con el reproductor de MP3: un dispositivo que permitía prescindir de cassettes o CDs. Los primeros tenían una capacidad mínima, pero eso se resolvió relativamente rápido.

Por el contrario: ¿que pueden ofrecer que supere al celular que llevamos en el bolsillo, a medio metro, y que ya está diseñado para ser liviano y compacto? Sobre todo cuando, si la notificación que muestra el reloj es suficientemente importante, lo voy sacar del bolsillo. Ese es el punto medular. ¿Digo con esto que los relojes inteligentes son un fracaso? De ninguna manera. Me parecen geniales, pero les falta algo de evolución.

Precio: Son algo caros, pero eso cambiará (y un reloj decente no es barato); la duración de la batería es, para lo que estamos acostumbrados, un espanto: 2 o 3 días (y en algunos casos dura sólo un día) contra un reloj convencional que dura... lo que dura; ni siquiera es un punto al que se le preste mucha atención cuando se compra un reloj tradicional. Esto mejorará con el tiempo, aunque es poco probable que supere una o dos semanas de autonomía en el corto plazo.

Tamaño: a futuro serán un poco más pequeños, más al estilo de un reloj normal -el LG G Watch R parece ir en el camino correcto- aunque las quejas de que son voluminosos seguirán. Es poco probable que veamos una versión "femenina", con esos diales diminutos que suelen usar las damas; no habría cómo mostrar información (y ya que estamos: los relojes femeninos analógicos ya evitan las complicaciones precisamente por eso). Sí están logrando ser más delgados, una característica bienvenida.

La pantalla: un tema clave es la pantalla: el LG G Watch y el Samsung Gear Live tienen pobre visibilidad a la luz directa del sol; una pantalla mejor consume más batería; Pebble logra ofrecer cuatro o cinco días de autonomía apelando al blanco y negro y la baja resolución.

Control fino: falta algún ajuste; el Pebble permite elegir qué contactos de Whatsapp muestra en las notificaciones, mientras el Samsung Galaxy Gear muestra todo, incluyendo los mensajes de los grupos; no siempre es sencillo silenciarlo para que no esté vibrando en una reunión o en el cine. Qué debe mostrar, qué no, y cómo, es un punto que todavía está en evolución, para especificar las notificaciones de qué contactos llegan a nuestra muñeca, por ejemplo.

Compatibilidad: los Pebble funcionan en Android y en iOS, y hay aplicaciones no oficiales para Windows Phone y BlackBerry 10; los primeros relojes de Samsung sólo son compatibles con algunos teléfonos Galaxy; el resto (LG G Watch, Samsung Gear S y Live, Motorola Moto 360, Sony Smartwatch, etcétera) admiten cualquier móvil con Android. Todos, salvo el Gear S y el Timex, requieren un smartphone; no funcionan más que como reloj básico sin él.

Pero son cosas que se irán solucionando a medida que progrese la tecnología. Una buena noticia es que las versiones más recientes, además de ser más compactas y resistentes al agua, le están prestando una atención al diseño, una cuestión clave para un dispositivo que hace tiempo que no se usa solamente para ver la hora, sino que juega una función importante en la estética personal.

En el caso de las pulseras, la ecuación entre la utilidad, la usabilidad y el precio da más claramente positivo; son más disimilados, más resistentes, más claros en su conveniencia y más baratos: no es lo mismo gastar 60 a 100 dólares -en Estados Unidos- por una pulsera que 150 a 350 dólares por un reloj inteligente. En la Argentina, la pulsera SmartBand de Sony tiene un precio de 1500 pesos; el SmartWatch 2, 4000 pesos; un Samsung Gear 2, 6400 pesos; la pulsera Samsung Galaxy Fit, $4300.

Lo que falta, tal vez, es eso que hace realmente superfluo sacar mi smartphone del bolsillo, esa función genial que le agrega un valor indiscutible, que sea algo más que una segunda pantalla. Tal vez la interacción por voz sea la solución (muy limitada por ahora), aunque hablarle al reloj no será menos incómodo, socialmente, que hablarle al teléfono sin llevarnos el aparato a la oreja. O quizás el destino del reloj inteligente o la pulsera deportiva es ser eso, un compañero menor, un accesorio útil pero no necesariamente vital, como el manos libres Bluetooth, como el teclado físico para la tableta, mientras incorporamos más tecnología a otras partes de nuestro atuendo diario.

 

Fuente: La Nación
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