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El amor en tiempos de cáncer
Interés GeneralRomina y Pablo coincidieron el verano de 2011 en Mar del Plata. Tenían 25 y 26 años, ganas de divertirse y comerse el mundo, como todos a esa edad.
En un boliche cruzaron miradas, algunos tragos y un beso que terminó de madrugada cuando se prendieron las luces del lugar. Después vinieron algunos desencuentros y desilusiones hasta que finalmente concertaron una cita. Desde ese día se hicieron inseparables. Los fines de semana organizaban extensos programas y en la semana se veían de a ratitos porque la espera se hacía insoportable.
Era un amor tan repentino como intenso y perfecto, salvo por unas fiebres repetidas de Pablo, que cada vez tardaban más en bajar.
"Es una gripe mal curada", pensaron, aunque consultaron a un médico para mayor tranquilidad. Se conocían hacía solo dos meses, estaban enamorados, pero casi todas las citas terminaban con Romina cuidando a Pablo.
Luego de pasar por una batería de estudios que no arrojaban un diagnóstico certero, el médico de Pablo lo mandó a hacerse una tomografía de urgencia a las 11 de la noche y a 50 kilómetros de donde él vivía -Capilla del Señor, provincia de Buenos Aires-. Aunque Pablo iba a ir con su mamá, Romina decidió sumarse. La urgencia del médico la preocupó. Se tomó un colectivo y se acercó al centro de salud.
En ese estudio salieron unas manchitas que primero parecían ser unos quistes y después ya no. A fines de abril le dieron la peor de las noticias: tenía un Linfoma Hodkin grado 3. Estaba muy avanzado y los doctores estimaban un 50% de probabilidades de que el tratamiento salga bien.
Uno jamás está preparado para recibir este tipo de noticias. Menos a los 25 años. Romina prácticamente conoció a los padres de Pablo ese día en el hospital. Llevaban sólo tres meses juntos pero ella sabía que quería permanecer a su lado.
Cuando Romina conoció a Pablo tenía una inmobiliaria, tomaba clases de inglés y de patín. Pero desde que le diagnosticaron cáncer ella se propuso dejar todo y vivir para él.
Estuvieron varios meses internados. Estaba prohibido que los familiares duerman con los pacientes y tampoco podían quedarse en la sala de espera, pero como ella vivía lejos del hospital se quedaba escondida. Cuando estaba por concluir el horario de visitas, ella se escondía en el baño hasta que el guardia pasaba a controlar que no hubiera nadie. En ese momento salía y se acostaba en la sala de espera.
Después de varias semanas, las enfermeras, que ya habían notado que se quedaba, le arrimaron un sillón al lado de la cama de Pablo para que pudiera cuidarlo. "Tu presencia le hace muy bien, nosotras te apoyamos", le dijeron.
Romina se había propuesto no hablar con su novio de la enfermedad. Ella quería que cuando estuvieran juntos él se olvide de todo. ¡Y lo lograba! Sin embargo, cuando ella volvía a su casa, cerraba la puerta y lloraba sin parar hasta que volvía a salir y se ponía una coraza.
Fueron dos años luchando contra la enfermedad, dos tratamientos de quimioterapia y un trasplante de medula ósea.
Unos meses después de confirmarse el diagnóstico, Pablo le había prometido si se curaba se casaría con ella. En agosto de 2012 salieron caminando de la clínica y en octubre él se arrodilló y le propuso casamiento.
A partir de ahí todo fue felicidad. A los cinco meses se casaron, se fueron de luna de miel y construyeron su propia casa.
Cuando Pablo estuvo estable los doctores les dijeron que no iban a poder tener hijos de forma natural, que la quimioterapia había sido muy fuerte. Meses más tarde unos estudios confirmaron que era imposible que pudieran concebir sin tratamiento. Pero estaban juntos y eso era lo único que importaba.
idieron formar una familia sacaron turno en una clínica de fertilidad. La semana que iban a empezar con el tratamiento Romina tuvo un atraso y un test de embarazo positivo confirmó lo que los doctores creían imposible: estaba embarazada.
Hoy Martina tiene 2 años, Pablo sigue estable y Romina está nuevamente embarazada.
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