Leandro, el chico que vendía turrones en la calle y salió a comerse el mundo

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Llegó a la India hace un mes gracias a una beca y a la ayuda de la gente. Tiene 17 años, ocho hermanos y una vida nueva lejos de Córdoba. Mirá el video.

Leandro Bustos aprendió en la calle a no tenerle miedo a nada. Ni a los perros que le mostraban los dientes cuando iba casa por casa vendiendo trapos de piso y repasadores. Ni a los policías que lo miraban con desconfianza cuando ofrecía “tres turrones por 10 pesos” en una esquina de Córdoba. Ni a la pobreza.

Leandro Bustos, antepenúltimo de 8 hermanos huérfanos de madre, no le tenía miedo a nada. Hasta que a los 17 años se subió a un avión y empezó a temblarle la vida entera.

Lo único que Leandro sabía de la India lo había leído en un formulario el día que se postuló para hacer una beca de estudio. Una compañera de la escuela lo había incentivado a anotarse. Primero fue un examen, luego otro y otro más. Matemática, cultura general y preguntas “de lo más extrañas” al estilo de “cómo se acomoda una cama”. Al final del larguísimo certamen, llegó el llamado que lo pondría a bordo de la nave que le haría conocer el miedo.

“Ganaste. Te vas a la India”, le avisaron. Y la noticia causó un terremoto en su humilde casa que se sintió en todo el país. La beca incluía dos años de estudio en un bachillerato internacional mundialmente reconocido, albergue y comida. Pero no tenía plata para el pasaje y tuvo que salir a pedir ayuda. La nota salió en Clarín y recibió un aluvión de solidaridad.

Partió hace un mes, con la valija llena de sueños. Nunca hubo en su vida tanto futuro como en el instante que despegó el avión.

A su lado viajaba también el recuerdo de Jamal, el protagonista de la película que había visto unos días antes su partida. Jamal era un chico como él. Tenía su misma edad, vivía en los bajos fondos de Bombay y era un huérfano buscavida que no le temía a nada más que a la pérdida de su amor adolescente. Lo empujaba, como a él, el deseo de superación y las ganas de salir adelante. Su mejor escuela era la calle, donde había aprendido lo bueno y también lo malo de su corta vida. Habilidades, conducta, valores, experiencia. Todo eso le sirvió a Jamal para ganar un concurso de preguntas y respuestas.

Una a una recordó Leandro las escenas de “Quién quiere ser millonario” a lo largo de ese interminable viaje a lo desconocido. Sabía que Jamal era solo el personaje de esa película. Pero él no. El estaba sentado allí, con su cinturón bien abrochado, paladeando el sabor a maní de sus turrones. ¿Estaba listo para ser el protagonista de su propia película?

La primera y única vez que Leandro había salido de Córdoba fue a Mendoza, a un campamento que formaba parte del examen para viajar a la India. Durante tres días compartió actividades con otros chicos seleccionados, mientras seguía respondiendo preguntas. “Querían saber qué pensaba de la vida y cómo resolvería problemas que afectan a la sociedad”, contó. Pero no compartió sus respuestas. Se las guarda para cuando regrese a la Argentina: “Todo lo que aprenda en la India lo voy a tratar de poner en práctica en Córdoba. Quiero ayudar a la gente que me ayudó”.

Es cierto que su historia se parece a una novela, pero él tiene claro que los que lo empujaron a subir a ese avión no son ningunos “extras” de televisión. “Tienen problemas como todos, pero muchos depositaron plata para que yo pudiera viajar”, recordó.

A su papá, José, la voz se le afloja cuando desde el otro lado de la línea de teléfono lo saluda Leandro. “Me llama poco por la diferencia horaria: hay ocho horas entre un país y otro, pero igual yo me quedo despierto para esperar su llamado a cualquier hora. Lo extraño con locura. Yo soy el que más lo extraña en la casa”, dice a Clarín. Pero enseguida retrocede y admite que en realidad la que más lo extraña es Carolina, de 12 años, la menor de sus hermanos.

“¿Cómo me arreglo ahora sin Leandro con la venta ambulante de artículos de limpieza? Bueno, hago lo que puedo -contesta bajito-. Salgo menos a la calle, pero conservo mi clientela. Leandro era un gran vendedor.... Vendía cualquier cosa: rejillas, gamuzas, repasadores, de todo.... Y los fines de semana se ponía a vender turrones en una esquina del centro, pero ese emprendimiento era solo suyo, eh.... Un día se le ocurrió ponerse a vender en una esquina y le fue bien. No paró más. Igual, nunca descuidó la escuela. Siempre fue un excelente alumno. Y muy emprendedor, con iniciativa propia: hizo un curso de cerrajería, otro de electricidad... Hace unos años también hizo un curso de inglés gracias a otra beca que ganó.... Todo fue con mucho esfuerzo, trabajando y estudiando”, dice para que quede bien claro que está orgulloso, muy orgulloso, de su hijo.

José enviudó hace 8 años y se apuró a formar con sus hijos un bloque compacto de luchadores contra la aridez de la vida. Leandro lo sabe y lo agradece, pero se enoja con su padre cuando se entera de que dejó de ir a la estación de servicio para ver la tele los días que juega Belgrano de Córdoba, su club favorito. “Yo le digo que no se enoje, que no me rete, pero la verdad es que no me gusta ver el partido sin él. Ese era nuestro gran plan. Nos tomábamos una gaseosa y alentábamos juntos al equipo. Ahora no tiene sentido”.

A un mes de su nueva vida en la India, a Leandro todavía le cuesta creer que está tan lejos de su casa. Dice que extraña la comida de su papá, a sus hermanos, a sus amigos, pero por Whatsapp se lo nota contento: “Acá todo es muy distinto, lo más difícil es comunicarme las 24 horas en inglés, pero los profesores me tienen paciencia. Enseñan con pasión y creo que voy a aprender mucho. Curso todas las mañanas de lunes a viernes y a la tarde me voy a caminar un rato por el campus, que está rodeado de montañas”.

El campus pertenece a la United World College, en Pune, una megaciudad ubicada a 170 kilómetros de Bombay. “El paisaje es muy lindo, muy verde, pero el primer día que me alejé del campus y fui a conocer la ciudad me impresioné un poco -confiesa-. Hay mucha pobreza en las calles. Hay gente que la está pasando mucho peor que nosotros”.

Todavía no sabe qué carrera va a seguir cuando vuelva al país. “Le gustaba periodismo deportivo, pero creo que le va a costar elegir una profesión, porque le interesan muchas cosas. Es un muchacho que todo lo que hace lo hace bien. Nunca tuvo una mirada chiquita”, se agranda José desde Córdoba.

Habrá que creerle: desde una esquina de Córdoba Leandro se atrevió a mirar el mundo. Y a empezar a escribir el guión de su propia película.
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