Contra todo pronóstico: nació con 746 gramos, suficientes para vivir en este mundo

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Su vida corría peligro dentro del vientre de su mamá y por eso Simón nació dos meses y medio antes de lo previsto; pero sus padres no iban a permitir que bajara los brazos.



Paula siempre había soñado con ser mamá y anhelaba para su vida formar una familia, disfrutar mes a mes de un embarazo y finalmente, cuando la gestación llegara a término, salir feliz de la clínica con su bebé en brazos. Pero esa no iba a ser su historia. "En mi vida todo se demoró. Formé pareja a los 35, cuando ya pensaba que mi sueño de una familia se me escapaba. A los 36 años quedé embarazada por primera vez, no podía creerlo y la felicidad era enorme; pero casi llegando a los tres meses el corazoncito de mi bebé se detuvo. La tristeza fue muy grande, el duelo fue largo, porque casi tuve lo que soñaba y se me fue sin explicaciones", recuerda con dolor Paula.




Cinco meses después, la felicidad golpeó nuevamente sus puertas pero el miedo invadió a Paula. No quería pasar otra vez por la tragedia de la pérdida de un hijo. Por eso decidió seguir al pie de la letra todo lo que le indicaba su obstetra: un primer diagnóstico determinó que Paula padecía trombofilia y que ese había sido el motivo de la primer pérdida. Pero luego, derivación mediante a un especialista, detectaron que el problema era ocasionado por una restricción del crecimiento intrauterino, una condición multifactorial por la que el bebé no crece al tiempo gestacional que corresponde y el oxígeno que recibe lo distribuye a las áreas más críticas como el cerebro o los intestinos. Sin embargo, todo parecía ir bien: tres, cuatro, cinco meses de embarazo y de pronto, sin aviso, todo se volvió gris."Mi bebé no estaba creciendo como debía, mis arterias no alimentaban a la placenta como correspondía, por lo tanto mi hijo no recibía todo lo que necesitaba por el cordón", explica.

Allí empezó el calvario: reposo absoluto, inyecciones de heparina dos veces al día, eco dopplers diarios para seguir de cerca el desarrollo, controlar que las condiciones dentro de la bolsa no empeoraran y que Simón siguiera vivo. "Recuerdo que esperaba esas primeras palabras del médico en cada estudio: el corazón late, el bebé está bien. Todo a su alrededor era un caos, pero él se comportaba como un bebé sano, saltaba, se movía y distribuía el poco oxígeno y alimento que le llegaba de una manera increíble, estaba como si nada en medio de un desastre". Paula asegura que tuvo la bendición de estar acompañada por un equipo de profesionales médicos que cuidaba cada uno de los detalles y seguía tan cerca como era posible el embarazo. Pero la realidad era que el bebe "no tenía posibilidades de vivir fuera de mi útero por la edad gestacional pero tampoco dentro....el fantasma de la pérdida, pero ahora con nombre, ropita y planes armados, se asomaba otra vez", dice con dolor.

Cuando se cumplieron las 28 semanas de gestación, los estudios indicaron que la situación de Simón era crítica. "Me inyectaron corticoides para desarrollar los pulmoncitos, me controlaron hasta que cumplí las 29 semanas y ese día me dijeron, andate para la clínica, nace hoy. Once semanas antes, dos meses y medio antes, se estimaba que pesaba entre 600 y 800 gramos, ¿qué posibilidades tenía? Con esa y mil preguntas más entré con mi bolso y mi marido al sanatorio. Llegamos al quirófano, anestesia, mi marido repitiendo en mi oído sos hermosa, te amo. Empezó la cesárea. El quirófano estaba lleno de gente porque me explicaron que en estos casos de alto riesgo es así, neonatólogas, enfermeras, obstetra y su ayudante, anestesista, partera y más gente que en un momento dejé de ver".

"Dale gordo, ¡dale!", dijo el obstetra animando al pequeño bebé que se abría camino hacia este mundo. "Mi corazón se detuvo, fueron segundos que duraron horas para mí, y contra todos los pronósticos escuché un pequeño llanto, cortito, chiquito, pero hermoso". Y acto seguido los médicos comenzaron a debatir sobre la posiblidad de que Paula viera, o no, a su hijo. Pesaba tan solo 746 gramos y medía 32 cm. Finalmente se inclinaron por la primera opción, aunque la neonatóloga le advirtió: ""es chiquito no te asustes" antes de mostrárselo envuelto en una sabanita. "Nunca ví una mirada tan hermosa en un ser tan chiquito, me miró fjio, como diciendo está todo bien, ya estamos juntos, le dí un beso en la frente, escuché llorar a mi marido y se fueron corriendo para los controles. Mi guerrero seguía mostrando su escencia, él podía con todo".

No bajar los brazos


La rutina de Paula durante los meses que Simón estuvo internado en Neonatología era simplemente agotadora: empezaba a las 9 de la mañana cuando llegaba al sanatorio, se quedaba hasta el mediodía al lado de la incubadora mirando cada movimiento y cada pequeño progreso de su bebé guerrero. En Terapia Intensiva si se lo dejaban sacar un ratito, lo tenía a upa y luego lo volvía a "guardar". Bajaba al bar del sanatorio, comía algo en 30 minutos y volvía al lado de su chiquito y permanecía allí hasta las 17.30, que era cuando una de las enfermeras la "echaba" con amor, para que fuera a tomar algo. Si aceptaba, salía unos minutos y volvía, hasta que llegaba su esposo Martín del trabajo cerca de las 20.30 y ahí se quedaban hasta las 22. "Y así transcurrieron mis 93 días de acompañamiento a mi guerrero, porque yo miraba, pero él peleaba", dice Paula.

Un torbellino de emociones se escondía en el interior de Paula. "Primero fue muy difícil sentirme madre, me culpaba de muchas cosas, mientras estaba internada, en el piso de maternidad, escuchaba a los bebés llorar en las habitaciones, las visitas reír de felicidad, y nosotros estábamos solos, y si venían a vernos era casi dándonos el pésame. Después sentí que mi energía era vital para que mi bebé la sintiera y empezara a evolucionar rápido, así que todos los dias subía fotos de Simón a mi Facebook con comentarios graciosos, como dichos por él, y con el humor y el amor que me devolvían mis amigos lo iba llevando. Las enfermeras y las médicas jugaron un papel crucial para mí, no te llaman nunca por tu nombre sino que siempre sos "Mamá de Simón", con esa pavada, lograban que fuera aceptando y fuera llenando de a poco ese rol que en ese contexto tan difícil se hace asumir". El humor y la escritura la ayudaron a sobrellevar tan difícil momento. Eran recursos que le permitían poner en palabras lo que estaba viviendo y canalizar la angustia que por momentos la ahogaba.




Contra todo pronóstico: nació con 746 gramos, suficientes para vivir en este mundo


Su vida corría peligro dentro del vientre de su mamá y por eso Simón nació dos meses y medio antes de lo previsto; pero sus padres no iban a permitir que bajara los brazos




VIERNES 29 DE SEPTIEMBRE DE 2017 • 00:00



PARA LA NACION




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Paula siempre había soñado con ser mamá y anhelaba para su vida formar una familia, disfrutar mes a mes de un embarazo y finalmente, cuando la gestación llegara a término, salir feliz de la clínica con su bebé en brazos. Pero esa no iba a ser su historia. "En mi vida todo se demoró. Formé pareja a los 35, cuando ya pensaba que mi sueño de una familia se me escapaba. A los 36 años quedé embarazada por primera vez, no podía creerlo y la felicidad era enorme; pero casi llegando a los tres meses el corazoncito de mi bebé se detuvo. La tristeza fue muy grande, el duelo fue largo, porque casi tuve lo que soñaba y se me fue sin explicaciones", recuerda con dolor Paula.






Cinco meses después, la felicidad golpeó nuevamente sus puertas pero el miedo invadió a Paula. No quería pasar otra vez por la tragedia de la pérdida de un hijo. Por eso decidió seguir al pie de la letra todo lo que le indicaba su obstetra: un primer diagnóstico determinó que Paula padecía trombofilia y que ese había sido el motivo de la primer pérdida. Pero luego, derivación mediante a un especialista, detectaron que el problema era ocasionado por una restricción del crecimiento intrauterino, una condición multifactorial por la que el bebé no crece al tiempo gestacional que corresponde y el oxígeno que recibe lo distribuye a las áreas más críticas como el cerebro o los intestinos. Sin embargo, todo parecía ir bien: tres, cuatro, cinco meses de embarazo y de pronto, sin aviso, todo se volvió gris."Mi bebé no estaba creciendo como debía, mis arterias no alimentaban a la placenta como correspondía, por lo tanto mi hijo no recibía todo lo que necesitaba por el cordón", explica.

Allí empezó el calvario: reposo absoluto, inyecciones de heparina dos veces al día, eco dopplers diarios para seguir de cerca el desarrollo, controlar que las condiciones dentro de la bolsa no empeoraran y que Simón siguiera vivo. "Recuerdo que esperaba esas primeras palabras del médico en cada estudio: el corazón late, el bebé está bien. Todo a su alrededor era un caos, pero él se comportaba como un bebé sano, saltaba, se movía y distribuía el poco oxígeno y alimento que le llegaba de una manera increíble, estaba como si nada en medio de un desastre". Paula asegura que tuvo la bendición de estar acompañada por un equipo de profesionales médicos que cuidaba cada uno de los detalles y seguía tan cerca como era posible el embarazo. Pero la realidad era que el bebe "no tenía posibilidades de vivir fuera de mi útero por la edad gestacional pero tampoco dentro....el fantasma de la pérdida, pero ahora con nombre, ropita y planes armados, se asomaba otra vez", dice con dolor.

Cuando se cumplieron las 28 semanas de gestación, los estudios indicaron que la situación de Simón era crítica. "Me inyectaron corticoides para desarrollar los pulmoncitos, me controlaron hasta que cumplí las 29 semanas y ese día me dijeron, andate para la clínica, nace hoy. Once semanas antes, dos meses y medio antes, se estimaba que pesaba entre 600 y 800 gramos, ¿qué posibilidades tenía? Con esa y mil preguntas más entré con mi bolso y mi marido al sanatorio. Llegamos al quirófano, anestesia, mi marido repitiendo en mi oído sos hermosa, te amo. Empezó la cesárea. El quirófano estaba lleno de gente porque me explicaron que en estos casos de alto riesgo es así, neonatólogas, enfermeras, obstetra y su ayudante, anestesista, partera y más gente que en un momento dejé de ver".

"Dale gordo, ¡dale!", dijo el obstetra animando al pequeño bebé que se abría camino hacia este mundo. "Mi corazón se detuvo, fueron segundos que duraron horas para mí, y contra todos los pronósticos escuché un pequeño llanto, cortito, chiquito, pero hermoso". Y acto seguido los médicos comenzaron a debatir sobre la posiblidad de que Paula viera, o no, a su hijo. Pesaba tan solo 746 gramos y medía 32 cm. Finalmente se inclinaron por la primera opción, aunque la neonatóloga le advirtió: ""es chiquito no te asustes" antes de mostrárselo envuelto en una sabanita. "Nunca ví una mirada tan hermosa en un ser tan chiquito, me miró fjio, como diciendo está todo bien, ya estamos juntos, le dí un beso en la frente, escuché llorar a mi marido y se fueron corriendo para los controles. Mi guerrero seguía mostrando su escencia, él podía con todo".

No bajar los brazos


La rutina de Paula durante los meses que Simón estuvo internado en Neonatología era simplemente agotadora: empezaba a las 9 de la mañana cuando llegaba al sanatorio, se quedaba hasta el mediodía al lado de la incubadora mirando cada movimiento y cada pequeño progreso de su bebé guerrero. En Terapia Intensiva si se lo dejaban sacar un ratito, lo tenía a upa y luego lo volvía a "guardar". Bajaba al bar del sanatorio, comía algo en 30 minutos y volvía al lado de su chiquito y permanecía allí hasta las 17.30, que era cuando una de las enfermeras la "echaba" con amor, para que fuera a tomar algo. Si aceptaba, salía unos minutos y volvía, hasta que llegaba su esposo Martín del trabajo cerca de las 20.30 y ahí se quedaban hasta las 22. "Y así transcurrieron mis 93 días de acompañamiento a mi guerrero, porque yo miraba, pero él peleaba", dice Paula.



Un torbellino de emociones se escondía en el interior de Paula. "Primero fue muy difícil sentirme madre, me culpaba de muchas cosas, mientras estaba internada, en el piso de maternidad, escuchaba a los bebés llorar en las habitaciones, las visitas reír de felicidad, y nosotros estábamos solos, y si venían a vernos era casi dándonos el pésame. Después sentí que mi energía era vital para que mi bebé la sintiera y empezara a evolucionar rápido, así que todos los dias subía fotos de Simón a mi Facebook con comentarios graciosos, como dichos por él, y con el humor y el amor que me devolvían mis amigos lo iba llevando. Las enfermeras y las médicas jugaron un papel crucial para mí, no te llaman nunca por tu nombre sino que siempre sos "Mamá de Simón", con esa pavada, lograban que fuera aceptando y fuera llenando de a poco ese rol que en ese contexto tan difícil se hace asumir". El humor y la escritura la ayudaron a sobrellevar tan difícil momento. Eran recursos que le permitían poner en palabras lo que estaba viviendo y canalizar la angustia que por momentos la ahogaba.



Mientras, su licencia por maternidad corría y Paula sentía que no iba a tener tiempo de estar con su bebé en su casa. "Eso me angustiaba muchísimo ya que no hay ninguna ley que ampare o tenga en cuenta los casos de prematurez extrema, donde mínimo estás 3 meses internado. La licencia sin goce de sueldo no era una opción con la situación económica y ya me veía teniendo que volver a trabajar con mi bebé aún en la Neo. Me desesperaba", confiesa ella. Pero las experiencias que vivió durante esos meses mientras su bebé estuvo internado la trasladaron a otro mundo y, con el tiempo, pudo ver que muchos de los papás que transitaban su mismo camino volvían a sus casas con sus hijos. "Pasamos momentos hermosos en los que festejábamos todos juntos el logro de algún bebé, y también lloramos juntos la partida al cielo de una de las amiguitas de nuestros hijos. Allí dentro vive Dios, pero no siempre hace milagros, a veces elige nuevos angelitos y se los lleva para iluminar las vidas de sus familias desde arriba".

El día del alta los tomó por sorpresa, y fue tan rápido que sienten que no llegaron a expresar a todos los que trabajan allí, cómo les cambiaron la vida. "Un gracias nos queda corto para todo lo que sumamos a nuestras vidas.....amigos, experiencias, golpes duros, y el saber valorar lo que realmente importa. Pero todo esto no podría haber sido posible si mi Simón no hubiera llegado a nuestras vidas ese 15 de abril de 2017, a las 17:07hs. Hoy estamos en casa, y ya con 4 meses de vida, hoy pesa 4.600 kilos. No tiene secuelas y es un bebé feliz. Sigue saltando, sonriendo y dándonos ese amor que tanto soñamos, como cuando estaba en la panza. Hoy somos una familia, Martín, Paula y Simón....y es tan hermoso que no podría haberlo soñado más perfecto", finaliza Paula con lágrimas de emoción.

FUENTE: La Nación


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