En honor a su nombre, un relincho en el momento justo lo salvó de la muerte

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Víctima de la tracción a sangre, un llamado de auxilio logró cambiar su destino; lo rescataron casi sin vida pero él no estaba dispuesto a abandonar la lucha por una segunda oportunidad.


Tuvo la suerte que pocos tienen en un país donde la tracción a sangre (una práctica de la economía informal en la que se utilizan burros o caballos para desplazar carros y que se cobra una vida por día en cada ciudad del territorio nacional según un relevamiento de la agrupación No MAS TAS) todavía sigue siendo moneda corriente. Abandonado a su suerte, cuando ya su función para el humano había cumplido un ciclo, pasó una noche entera bajo la lluvia, completamente desplomado y tirado en un zanjón al borde de la muerte. Pero Relincho tenía ganas de vivir.


"Fue rescatado gracias al alerta de un vecino que, aflijido por la situación en la que se encontraba, pidió ayuda a una de las tantas agrupaciones equinas que se ocupan de salvar las vidas de estos seres increíbles que son forzados contra su voluntad a tirar de un carro en condiciones terrribles e inimaginables", recuerda Virginia Echevarría (31), una de las proteccionistas que estuvo involucrada desde el primer momento en brindar asistencia a Relincho. Alertados ante la necesidad de hacer algo por el caballo, se acercaron al lugar personal policial, bomberos y rescatistas. Y así comenzó un nuevo capítulo en la vida de Relincho.




De inmediato fue llevado a un box de internación; prácticamente no tenía signos vitales y tuvo que recibir fluidoterapia con el fin de rehidratarlo y compensarlo ya que el estado de hipotermia que presentaba jugaba en contra. "Pero su cuadro se complicaba más aún ya que contaba con disfagia con una parálisis parcial, es decir que todo lo que comía o tomaba se le iba por las vías respiratorias y los eliminaba por sus ollares u orificios nasales. Como si fuera poco y a raíz de esa misma complicación, Relincho tuvo que batallar contra una neumonía muy aguda", explica Virginia que es además estudiante de veterinaria. Pero el caballo estaba decidido a no dejar de dar pelea. Aunque lo intentaba, durante más de dos meses no logró ponerse de pie y, por eso, al menos seis veces por día era levantando con un malacate para que sus pulmones no se llenaran de sangre y sus órganos colapsaran.

Pero las heridas en su catigado cuerpo no fueron el único frente que Relincho tuvo que cubrir. Los latigazos, los puntapies y los golpes que recibía a diario ya eran parte del pasado pero habían dejado marcas que trazaban un triste mapa de dolor y sometimiento. Relincho jamás había conocido la caricia humana o sonido de la compañía de los suyos y, por eso durante su recuperación, dentro de la manada se caracterizó por ser un caballo sumamente solitario, sin saber cómo sociabilizar con otros de su especie.

PROMESA DE VIDA


La historia de Relincho se estaba reescribiendo de a poco y sin dudas los días venideros anunciaban un final feliz. "Lo nuestro fue amor a primera vista, seguí su caso desde el comienzo y decidí amadrinarlo. Lo iba a visitar los fines de semana que me lo permitía el trabajo junto con mi marido que siempre me acompañó en todo el proceso", asegura Virginia. Cada visita era una sesión de mimos, zanahorias, penquitas, masajes y reiki. "Empecé a sentir que me reconocía y noté cómo cambiaba su reacción para conmigo. Aprendí en primera persona que los caballos son los animales más sensibles que existen. Ellos sienten cuando uno no está bien y los afecta. Saben del dolor como pocos, entonces ¡imagínense recibir golpe tras golpe durante 17 años sin parar!", reflexiona.

Una tarde caminando por el campo con una de las responsables del rescate de Relincho, Virginia sintió que su corazón latía más rápido. "Si tuviera que dar a Relincho en adopción, vos serías la persona indicada", le confesó su compañera. Virginia no había pensado en la opción de poder adoptarlo, pero una mirada cómplice con su marido y una sonrisa le hicieron saber que ella podía darle una nueva vida a aquel caballo de 19 años que no habia conocido más que humillación y maltrato. "¿Por qué no?, me dijo mi marido, él sabía lo importante que era Relincho para mí. Era una unión que estaba destinada a ser", dice orgullosa Virginia que se gana la vida como tripulante de cabina de pasajeros.

Relincho y Virginia aprenden el uno del otro. Ella se asesora con profesionales, lee todo lo que está a su alcance para poder comprender a su protegido en todas sus expresiones. "Él me muestra y me ayuda a entender qué es lo que quiere, sus estados de ánimos y reacciones. Es increíble cómo un ser tan especial puede con sólo un movimiento de cola u orejas indicarte cómo va a ser su próximo paso", explica.

Pero hay un detalle que Virginia no está dispuesta a negociar y que tiene que ver con el maltrato animal. "Hay muchísimos caballos que ahora mismo están siendo maltratados, abandonados y muriendo en condiciones deplorables de salud, siendo usados como herramienta para un fin que tiene otras salidas lejos de la explotación animal. Ellos son seres sin voz, sin derechos, aún no son considerados seres sintientes y la ley que nos ampara en este país no es suficiente para finalizar con los distintos usos que aún son aplicadas, como las carreras de caballos, domas, mateos o peregrinaciones entre otros", aclara. En este contexto a Virginia la miran con asombro cuando ella asegura que Relincho no se monta. "Le prometí que lo que le reste de vida lo íbamos a cuidar, mimar y no vamos permitir que jamás nadie vuelva a tratarlo como un objeto o recibir maltrato, aún menos abandono. No lo monto, tampoco lo haría en un futuro. Relincho es un miembro más de mi familia, así que yo simplemente camino a su lado mientras converso entre miradas que nos dedicamos", finaliza con firmeza la joven rescatista.

Fuente: La Nación
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