Con trasplantes de médula superaron la leucemia y hoy ayudan a otros enfermos

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Sofía Boraso (29) y Rubén Reyna (42) se conocieron durante la recuperación. Y crearon una asociación para evitar que otros pasen por lo que tuvieron que pasar ellos.

Cuando nos enteramos de que teníamos cáncer, lo primero que pensamos era que nos íbamos a morir”, afirman Sofía Boraso (29) y Rubén Reyna (42). Ambos se dieron cuenta de que cuentan con otras cosas en común: atravesaron el mismo tipo de leucemia (LMA) que los obligó a ser trasplantados de médula ósea.

. “Sin saber nada del procedimiento, mi hermana me dijo que iba a ser mi donante”, confiesa el vecino de Los Polvorines, mientras que la joven de San Fernando cuenta: “El mío siempre fue mi mejor amigo, y ahora me regaló vida”. Pero hay más: crearon una organización y hacen colectas de sangre con registro para médula ósea.

Queremos darles una mano a aquellos que están pasando por lo mismo".

El proceso para encontrar un donante compatible no fue fácil para Rubén. La mayoría de sus posibilidades estaban en Europa y muy pocas en Argentina. “Afronté un trasplante haploidéntico (utiliza como donante a un familiar sólo compatible un 50%) –explica–. No tuve la posibilidad de esperar más debido a la gran velocidad con la que avanzaba mi enfermedad”.

Por su parte, Sofía halló en su hermano a la persona indicada para ayudarla. “Gracias a Dios éramos totalmente compatibles, a pesar de que las posibilidades eran muy remotas. Fue la primera vez que pensé que podía curarme”, sostiene.

Muchos de los glóbulos blancos de una persona pueden ser mieloblastos (a menudo llamados simplemente blastos), los cuales son células inmaduras formadoras de sangre que no se encuentran de manera habitual.

“El nombre de la organización surge a partir de nuestras punciones de médula. Cada una implicaba un evento para nosotros, y sigue siéndolo. En cada sesión rezábamos para que nos dé un resultado de cero o bajo porcentaje de blastos en médula, y cada vez que lo lográbamos era una fiesta”, recuerda Boraso, quien ayuda en un bar de unos amigos y es madre de Juana, de tres años.

Los vecinos realizan microemprendimientos en las ciudades que recorren para juntar recursos destinados a las personas que están internadas. “Nos relacionamos con otras ONG y a cada colecta vienen más de 100 personas. Hay veces que nos quedamos sin tiempo”, argumenta el vecino que fue supervisor en una fábrica, chofer y junto a su mujer Alejandra tienen a Ramiro, de ocho años.

Los dos coinciden en una particular autodefinición: “Un pequeño grupo de desequilibrados mentales dispuestos a vivir hasta donde dé”. Y desarrollan: “Todos sufrimos mucho durante nuestra recuperación, entonces nos pusimos de acuerdo y dijimos que tenemos que vivir lo más que podamos”.

Rubén confiesa que la enfermedad lo ayudó a “conocer personas muy buenas, con compromiso y solidaridad”. Sofía afirma: “Pude abrir los ojos y disfrutar de cada pedacito de felicidad”. Algo está claro: son unos luchadores.

Fuente: Clarín
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