Se jubiló como docente, pero no abandonó su sueño y se recibió de abogada a los 73 años
Lili Carrara apostó a sus sueños y decidió volver a ingresar a las aulas pero, esta vez, cumpliendo el rol de estudiante.
El poeta Buenaventura Luna mencionó un lugar que escondía un molino, que cantaba una canción que arrullaba la paz del campo, mientras el agua saltaba en sus paletas. Ese rincón mágico está en Jáchal, una tierra desértica en la que el hombre supo hacer brotar la mejor agricultura. El trigo se adaptó al valle de sol pleno y Jáchal precedió a la gran pampa bonaerense como proveedora de pan de los habitantes del Virreinato. En esa época se instalaron los molinos harineros, que hoy son monumentos históricos y mudos testigos de los momentos más prósperos de la economía regional.
Viajar a Jáchal es hacerlo hacia una tierra surcada por la historia de los caudillos cuyanos y hacia una de zona de San Juan que aún conservan construcciones previas al fatal terremoto de 1944. En la región aún se mantienen en pie y perfecto estado casas de adobe con casi dos siglos, así como un puñado de molinos históricos que están siendo recuperados y hoy son uno de los atractivos turísticos de la región. El departamento Jáchal se caracterizó, durante el siglo XIX, por una importante actividad económica vinculada a la producción de trigo y a la molienda del mismo para la obtención de harina.
De los 16 molinos que llegó a haber en actividad se mantienen unos seis y tres están en funcionamiento. Ellos son los molinos de Sardiña, Del Alto y Reyes, y pueden visitarse. No hay que esperar encontrarse con construcciones con grandes aspas, ya que la energía allí no proviene del viento, sino del río, que con su corriente mueve las gigantescas ruedas hidráulicas. Los molinos fueron instalados gracias al cultivo de trigo en la región, desde los tiempos coloniales, gracias a los sistemas de regadío.
En la zona de Tamberías se levanta el Molino de Sardiña, construido en torno de 1880 por un ingeniero español. A principios del siglo XX pasó a manos de la familia Sardiña, que hoy día mantiene su estructura original: planta baja, primer piso, sótanos, sala de limpieza y de usos múltiples, galpón y galerías. La maquinaria original, realizada en madera de algarrobo y quebracho, se conserva dentro del edificio principal de adobe.
Se encuentra en la esquina con calle Mesías. Allí hay un interesante conjunto arquitectónico que reúne, además del molino, casonas que, aunque deteriorados, mantienen sus características originales. Después de muchos años de inactividad, en 1990 el molino fue puesto nuevamente en funcionamiento. Desde entonces trabaja para terceros.
El Molino de Reyes fue levantado en sobre el 1845. Funcionó hasta 1970 con un sistema de cernido más rudimentario que el anterior, y conserva actualmente la maquinaria original. El molino forma parte de un un complejo de edificios de adobe -la casa del propietario, depósitos y construcciones anexas-, y techos de caña y barro.
Como todos los molinos de la zona, funciona por actividad hidráulica, con un sistema de regadío con agua proveniente del Río Jáchal. Es por ello que el conjunto edilicio es atravesado por un canal que provee energía para su funcionamiento.
Otro molino que se puede visitar es el Del Alto o García, construido por el inglés Guillermo Treguea y comprado en 1922 por Víctor Eleazar García, que fue agregando anexos hasta formar un amplio complejo industrial. Con noria de algarrobo y sistema de molienda a piedra, en 2005 se lo puso en funcionamiento nuevamente, con toda la maquinaria original.
En épocas pasadas, el alza y la trilla convocaban a todos los vecinos de la zona a unirse en el trabajo comunitario o "la minga". Así, los vecinos concurrían a la casa del que estaba realizando su cosecha y trabajaban juntos, de manera colaborativa y sin retribución. Sin embargo, el dueño de casa, en estas ocasiones, se encargaba de brindar un nutrido almuerzo, merienda y hasta cena. Según cuentan los lugareños, conocidas canciones folclóricas y cuentos surgieron en los fogones de estas reuniones.
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