Historia de una "muerte digna": "Necesitaba que dejaran a mi hija morir en paz"

50 días
50 días

Laura Vargas tuvo una bebé en estado vegetativo persistente. Mañana se cumplen dos años de la tarde en que decidieron desconectarla y "dejarla ir". Su hija murió 50 días después de haber nacido.





Cae una lluvia frondosa y Laura sale de su trabajo, en Barracas, se sienta en un bar y saca un sobre. Acaba de imprimir cinco fotos de su hija y ahora las despliega en la mesa, las mira en silencio, suspira. Entre todas, hay una en la que la cara de la beba quedó fuera del encuadre: su mano mínima aferrada al índice de su mamá es la parte por el todo: "Pesaba un poco más de un kilo y estaba toda conectada, llena de aparatos, pinchada; yo no quería recordarla así", revela, y los suspiros anuncian el llanto que vendrá. Mañana se cumplen 2 años de la tarde en que ella y su marido decidieron desconectar a su hija para que pudiera morir en paz.





"En el 2004 perdí mi primer embarazo, estaba de 4 meses. Fue tan raro perderlo a esa altura que me hicieron los estudios. Tenía trombofilia. Al año siguiente, ya en tratamiento, volvimos a buscar un bebé. Fue un embarazo complicado, en cama, con pérdidas. Agustín nació prematuro pero salió todo bien", cuenta Laura Vargas (43) a Infobae.







Su hijo tenía casi 10 años cuando decidieron volver a intentarlo. Laura quedó embarazada enseguida y lo perdió un 25 de diciembre de 2015, mientras celebraban la Navidad. La médica le dijo que siguiera probando, que perder un embarazo a los dos meses y medio de gestación estaba en el rango de lo normal. Al año siguiente, quedó embarazada de Lourdes, la beba que ahora busca en las fotos.





"Fue raro, pasé todo el embarazo vomitando. Un martes, yo ya estaba de siete meses, fui a hacerme el control. El médico me dijo que la veía chiquita y me preguntó si había tenido presión alta. Yo no tenía idea, nunca había tenido presión y él nunca me había mandado a controlarme. Me dijo: 'Mmm..no sé si programar algo ya", "no sé si darte maduradores". Yo pensé: ¡Y por qué no me los das ya! Pero, ¿sabés qué? No le dije nada, esta cosa de que el doctor es la eminencia, el que estudió, y una siente que no puede opinar".









Dos días después, Laura amaneció con un fuerte dolor en la nuca. Llegó a la clínica a las 7 de la mañana, la presión estaba alta. Le hicieron un control, le dijeron que su hija estaba bien y le pidieron que esperara afuera, sentada en la guardia, hasta que llegara el médico. "Yo tenía contracciones cada 7 minutos, se lo dije a la enfermera y me contestó: 'No pasa nada mami, seguro que es el susto'. El médico llegó dos horas después.





Lourdes nació por cesárea ese mismo mediodía. "Cuando me la mostraron, estaba totalmente azul, sin movimiento, laxa. No lloraba, era como un cachorrito muerto.La enfermera se quedó mirándome en vez de correr a la neo, fui yo la que le dije 'andá por favor, andá'. Aunque el plan de su prepaga contemplaba una habitación individual, a Laura la llevaron a una habitación compartida: al lado, una familia celebraba un nacimiento. "Y otra vez nos quedamos sin decir nada, teníamos miedo de hacer lío y que no atendieran bien a la nena".









A la noche, fue a ver a su hija a la sala de neonatología. "Estaba toda intubada pero nadie me decía qué tenía. Solo decían 'está complicada'. Yo estaba como en una nebulosa, una está esperando el cuento rosa, que salga todo bien y de repente te encontrás con que está saliendo todo mal". Laura quedó internada y, como no había lugar, a Lourdes la trasladaron. "Quisieron sacársela de encima", cree.





En la segunda clínica tampoco les dieron un diagnóstico. "Nos decían 'hay que esperar', esa falsa esperanza es peor que todo". Un vecino, neurocirujano del Hospital Posadas, fue a verla. Fue él quien le mostró que su hija tenía los dedos pulgares hacia adentro,un indicador de daño neurológico. Fue él quien le dijo que era probable que el daño fuera en el tallo cerebral.









"Finalmente, cuando hacía 40 días que estaba internada, le hicieron una tomografía y volvieron a darnos una esperanza. Nos dijeron que había aguantado más de un minuto sin respirador, que eso era un avance. Mi marido y yo salimos llorando de felicidad". Al día siguiente llegó el resultado de la tomografía: Lourdes tenía muerte cerebral.





"Todo el mundo me decía 'ponele onda positiva'. Pero la verdad es que yo estaba al lado de ella y le decía 'viví hijita, viví, vos podés'. Y me iba de la clínica y decía 'morí hija, no sufras más, morí'", dice, y el llanto, como la tormenta, llega para instalarse. "Me paraban las médicas en el pasillo y me susurraban que ellas no iban a resucitarla si el corazón fallaba pero no sabían qué iba a hacer el resto. Yo pensaba: ¿Por qué le hacen esto? Si esto no es vida, déjenla ir. Vida es otra cosa".









La jefa de neonatología le dijo que dejara de ir a visitarla, que tenía un hijo vivo esperándola en casa: "Vos tenés que pensar que Lourdes murió cuando nació", le dijo. "¿Pero cómo iba a dejar de ir? Era mi hija, cómo iba a abandonarla así?, dice. Laura y Diego, su marido, decidieron donar sus órganos. Pero cuando llamaron al INCUCAI se enteraron de que no era muerte cerebral.









"No lo podía creer, nosotros ya estábamos haciendo el duelo. ¿Cómo no van a saber si tiene muerte cerebral o no, qué estudiaron, veterinaria?". Lo que Lourdes tenía era un estado vegetativo persistente, "estaba agarrada a un hilo de vida". Podía vivir horas o décadas, sus órganos podían seguir funcionando, su cerebro nunca iba a funcionar. 





"Fue ahí que nos dijeron: 'Bueno, calculá que en la primavera ya se la pueden llevar a casaLe vamos a hacer una traqueotomía y le vamos a poner un botón gástrico, que es una sonda que se coloca a través de la piel de la pancita hasta el estómago y sirve para darle de comer y pasarle medicamentos. Y yo pensé en el corte en la garganta de una criatura, no pesaba ni dos kilos. Había momentos en que Lourdes se ahogaba y me la imaginé ahogándose en casa, muriendo ahogada. Lo único que quería es que no la obligaran a morirse como un perro, que tuvieran un poco de compasión".









Un abogado conocido le recomendó hablar con Selva Herbon, la madre que promovió la discusión sobre la "muerte digna" en el Congreso cuando Camila, su hija, llevaba más de dos años internada en estado vegetativo. Selva le dijo: 'Laura, podés decir que no a la traqueotomía, no al botón gástrico, no al encarnizamiento terapéutico". La ley, sancionada el 9 de mayo de 2012, la amparaba. Selva la contactó con su abogada, otra mujer que había luchado para que permitieran "desconectar" a su marido.





"La abogada nos preguntó: ¿Lo hablaron? ¿Están seguros de que la quieren desconectar? Estábamos seguros. ¿Qué vida iba a tener? Estar en una cama de por vida, atada a una máquina, ¿eso es vida? Tener que pegarle los ojos para que pueda cerrarlos, ¿eso es vida? ¿Y si no alcanzaba a salir de la clínica? No queríamos que muriera con tanta crueldad. Sé que ella no sentía nada pero yo no quería un día irme y que muriera sola".









El 6 de mayo de 2016, amparados por la ley 26.742, Laura y su marido entraron a la sala. "Yo la alcé y la acuné. Ella se fue despacito, tranquila, en un minuto y medio. Yo cerré los ojos y le saqué todos los aparatos, quería verla sin todo eso", cuenta, y pide una pausa con la mano, porque el llanto ya no la deja hablar. "Mi hija murió 50 días después de haber nacido. No murió sola, murió a upa de su mamá, con su papá acariciándola al lado".









En soledad, le pidió perdón: "Perdóname hija que no pude darte vida, no pude acompañarte con un embarazo a término. Todo lo que puedo hacer ahora es acompañarte en la muerte, dejarte morir en paz".





Un tiempo después, Laura le agradeció a Selva Herbon en Facebook: "Gracias Selva, sin vos la historia hubiera sido otra". Le hablaba públicamente a una mujer que, cuatro años antes, podría haber presentado un recurso de amparo para que le permitieran desconectar a su hija pero que había decidido dar pelea por una ley que sirviera para todos. Selva vio a su hija vivir así tres años, Laura, 50 días. 









"Esa ley nos dio la posibilidad de elegir. Elegir si nuestra hija iba a morir acompañada o sola. Elegir si queríamos seguir torturándola o tener piedad por ella y por nosotros". La despedida fue en el cementerio de Burzaco. Eligieron un ataúd blanco, que su marido llevó en la falda. Adentro, le dejaron sus juguetes.






Fuente: Infobae




































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