La violó y ahora sube selfies desde la cárcel

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Oriana no quiere hablar. Llega a casa y se encierra en su pieza. Se mete en la cama, se pone los auriculares y se tapa hasta la cabeza, aunque haga 40 grados de calor. La relación con su madre no es buena desde hace varios meses. No solo porque atraviesa los turbulentos días de la adolescencia, sino, sobre todo, porque la culpa a ella por los tormentos que vivió desde los 9 a los 13 años, periodo en que fue violada sistemáticamente por su padrastro.

Ana Azcurra le hizo una promesa a su hija y cumplió: Marcelo Gabriel Martín ya está preso en la Unidad Penal Nº 28 de Magdalena. Desde mediados de 2016 cumple una condena a 13 años de prisión por abuso sexual simple en concurso real con acceso carnal reiterado, agravado por la convivencia con una menor de edad. Está probado que durante los cinco años que Martín compartió vivienda con Ana, violó, manoseó y amenazó a la hija de ésta, Oriana, hoy de 17 años.

Oriana vive traumatizada. Hace poco logró superar una anorexia, pero no rinde en el colegio, se lleva mal con su familia y evita hablar de lo que le pasa. Una de las últimas veces que se dirigió a su madre fue para decirle que había visto la publicación en el Facebook que Ana abrió hace tiempo con el objetivo de visibilizar el caso: "Justicia por Oriana". La mamá había tomado capturas de pantalla de la cuenta personal que administra Marcelo Martín desde la cárcel, donde publica selfies suyas, fotos viejas de él y sus hijas, y frases motivacionales: "Hay una diferencia entre haz lo posible y hazlo posible".

"Vi lo que pusiste en el ’Face’. ¿Qué onda este tipo? ¿está preso o de vacaciones?", le preguntó la joven a su mamá.

Ana conoció a Marcelo en 2009. Era muy amigo de su cuñado, el marido de su hermana. Él estaba en pareja con la madre de sus dos hijas. Ana estaba casada con un hombre que, a pesar de no ser el padre biológico de Oriana – la abandonó tras el embarazo-, había asumido ese rol sin problemas. Sin embargo, para ese entonces el matrimonio no atravesaba el mejor momento. Ana y Marcelo comenzaron a hablarse y todo fue acelerado por la pasión: en marzo de 2010 se separó Marcelo, ella lo hizo seis meses después, y para diciembre ya estaban viviendo juntos.

En 2012 Ana quedó embarazada. Pero no todo era amor. Una vez él la golpeó durante una discusión, y cuando nació la beba no quiso darle el apellido. Ana todavía no se lo imaginaba, pero la decisión de rehacer su vida con otra pareja se transformaría en un verdadero calvario. En especial para su hija.

Martín comenzó a abusar de Oriana cuando ella tenía 9 años. En ese momento todavía estaban en la primera casa que compartieron en Loma Hermosa, partido de Tres de Febrero. Cuando Ana se iba a trabajar, su marido se acercaba a la cama de la nena, le decía que iba a hacerle "masajes" y comenzaba a manosearle la cola, los pechos y la vagina. Luego, la amenazaba para que no contara nada: "Si hablás, vos y tu mamá se van a quedar en la calle".

Los dos se llevaban mal. Se atacaban mutuamente cada vez que se veían. "Yo lo tomaba como que tenía celos de él. Le molestaba su presencia, le contestaba mal. No se quería quedar con Marcelo. Si yo salía a hacer compras se quería venir conmigo", recuerda Ana.

La primera vez que la tocó fue en una cama doble, tipo marinera. Oriana estaba arriba. Y en la cama de abajo dormía Wanda, una de las dos hijas biológicas del abusador -de la misma edad de Oriana-, que durante un tiempo vivieron con el padre.


También, en varias ocasiones, el hombre la obligó a que le practicara sexo oral. Y según consta en el expediente judicial, "le pasaba su miembro por la cara" a la nena.

De un momento a otro, Oriana empezó a bajar las notas y repitió 4to grado. Ana pensó que la dispersión en los estudios podía ser producto de la reciente separación de sus padres, situación que le había afectado, lógicamente, como a cualquier chico. "Un día me llamaron del colegio para decirme que tenía alucinaciones. Que veía una persona con capucha y manos grandes. En el colegio la mandaron a un psicóloga. Pero tampoco supo descubrir lo que le pasaba", relata Azcurra.

"Ella ya era una nena desarrollada a los 9 años, aunque siempre fue muy aniñada. Era como una niña grande", comenta la mujer.

En poco tiempo, el padrastro de Oriana, a quien su ex pareja define como un hábil manipulador, pasó de los manoseos a la penetración. Empezó un día que Oriana estaba acostada en la cama de Wanda. Otra vez Martín le dijo que quería hacerle "masajes". Y aunque ella se resistió, él se metió a la cama, le bajó los pantalones y la violó.


Otro de los episodios, que la menor contó en cámara Gesell, ocurrió en un departamento que habitaron durante poco tiempo en José C. Paz, luego de una breve separación. Oriana estaba indispuesta y después de que él la violó, le acercó una toalla y le dijo: "Cerrá las piernas, ¿no ves que estás chorreando?". El relato coincide con un episodio que Ana recuerda con profundo remordimiento. Esa noche, cuando llegó de trabajar, la retó a su hija por haber puesto la toalla manchada de sangre junto al resto de la ropa para lavar.

El 12 de septiembre de 2014 Oriana contó todo. Primero habló con una amiga, quien le insistió para que confiara en su mamá. En ese momento los tres vivían en una casa que construyeron en un terreno de Marcelo Martín, en la localidad de General Las Heras. "Era un lugar muy lindo, muy tranquilo. Cuando llegamos, en febrero de 2014, pensé que sería un sitio más seguro para mi hija. Porque podés salir a las 10 de la noche tranquilo. Además, él se mostraba como un padre protector. Pero resultó ser que al monstruo lo tenía en casa. Era él", cuenta Ana.

Marcelo Martín es techista. Su trabajo estaba atado a las condiciones del clima. Cuando llovía, no iba a trabajar. En Las Heras, el colegio de Oriana quedaba a más de 20 cuadras, razón por la cual la nena tampoco asistía a su clase. Esos eran, pudo saber Ana después, los días que él más aprovechaba para ultrajar a su hija.

También por las noches, cuando Ana dormía, el violador hacía sus incursiones a la cama de la menor. Tratando de reconstruir esos días la mujer recuerda que unas dos semanas antes de que Oriana se animara a hablar, él se levantó de la cama en medio de la noche. La nena dormía en el sillón de la cocina porque hacía mucho frío y ahí había una salamandra. "Yo estaba despierta y los escucho hablar. De repente, no oigo más nada y eso me llamó la atención. Voy a la cocina sin hacer ruido. Y cuando entro lo veo acostados al lado de ella en el sillón, los dos tapados con una frazada. No pienses mal, me dijo. Al otro día le pregunté qué estaba haciendo ahí y me dijo que estaban mirando algo en la computadora. Discutimos. ’Si la computadora estaba cerrada’…, le dije".

Para entonces, Oriana ya estaba más grande y se oponía a los intentos de violación de su padrastro, que dejó de hacerlo con la misma frecuencia.

El mismo día que Ana conoció la verdad sobre lo que ocurría en su propia casa fue a la comisaría. Era viernes. El comisario de Las Heras le recomendó hacer la denuncia el lunes, porque si no le iba a tocar una fiscalía que no era conveniente. Ana pasó todo el fin de semana con él, tratando de disimular toda su angustia y el revoltijo que tenía en la cabeza, soportando la repulsión que le generaba su presencia. Tenía miedo de hablar y que él pudiera fugarse.

"Volví a casa y le dije que estaba cansada, que no me sentía bien. Trataba de evitarlo. El lunes 15 a las diez de la mañana volví a la comisaría a hacer la denuncia. Le dije que la nena se había descompuesto por la anorexia y que la había llevado al médico", repasa Azcura.

El 19 de septiembre de 2014 detuvieron a Marcelo Martín, que se negó a declarar. Como le negaron todos los pedidos de excarcelación, estuvo preso hasta la realización del juicio, que se llevó a cabo los días 16, 17 y 18 de mayo de 2016 en el Tribunal Oral N° 5 de San Martín. El acusado negó todo y e intentó echarle la culpa al papá de Oriana, a quien hacía tiempo la nena no veía. Pero las pruebas eran contundentes y los jueces lo sentenciaron. Ana cumplió la promesa de llegar a la condena, logrando así algo de alivio para la familia.

Según el Servicio Penitenciario Bonaerense, en los primeros tres meses del 2018 se incautaron 6.321 teléfonos celulares en distintos allanamientos a penales de la provincia, mientras que el total secuestrado el año pasado asciende a 26.704.

En marzo, una requisa general sorpresiva realizada de madrugada en la Unidad Penitenciaria nº 28 de Magdalena, dejó como resultado el secuestro de gran cantidad de armas blancas, celulares y drogas. El total de teléfonos incautados en el penal fue de 44.

Desde el SPB señalaron que el uso de teléfonos celulares en las cárceles está prohibido. Pero los presos no están impedidos de mantener comunicaciones telefónicas hacia afuera de los muros. Para eso están los teléfonos públicos de los penales.

Lo cierto es que la posesión de teléfonos móviles -que según su nivel tecnológico puede brindar acceso a internet- es algo muy común al interior de las celdas y no se encuentra estrictamente tipificado en ninguna ley como una falta sancionable, salvo que se utilice como herramienta para cometer un delito.

De hecho, por esa misma razón en el año 2013 el juez penal de Necochea Mario Juliano dejó sin efecto una sanción de diez días de aislamiento impuesta a un recluso de la Unidad Penal XV de Batán, castigado por "la tenencia y manipulación de un teléfono celular".

Legislación y jurisprudencia aparte, para Ana y su hija encontrar hoy en Facebook al violador de Oriana no hace más que echar sal sobre profundas heridas que aún no cicatrizan y quizás nunca lo hagan. Es sentir la impotencia de saber que estando preso "el monstruo", esa "persona de manos grandes" que decía ver la nena en el colegio puede tomar contacto con cualquiera a través de un celular. Y no usa capucha sino que decide mostrarle al mundo su cara. La de un violador condenado que aún así recibe mensajes de apoyo de unos pocos amigos que esperan con ansias su libertad. La libertad que llegará un día que Oriana y su mamá desean que nunca llegue.

Fuente: Infobae.
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