La nueva casa astral

Interés General
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El fenómeno de un supuesto cambio de signos astrológicos, probablemente, tiene su más significativa manifestación en el ámbito de la psicología humana, mostrando que el mundo es un espejo de nuestra mente.






Ofiuco, una inédita casa astral.

Más allá del tema astrológico, el cual podemos resumir simplemente en que la astrología occidental no cambia ya que es un sistema fijo basado en una matemática de 12, definido a partir de las estaciones más que de la posición del sol, pero que ciertamente el caso de Ofiuco o las trece constelaciones por las cuales símbolicamente atraviesa el sol nos hacen cuestionar cómo es que funciona la astrología y de que forma se puede generar esta influencia astral en nuestra vida.

Lo interesante para analizar desde una visión psicológica, las máscaras que el hombre usa. Cuando hacemos referencias a las máscaras del hombre, estamos sobrevolando a grandes rasgos la concepción de  los arquetipos  de Carl Gustav Jung, es decir, una imagen con la cual protegemos nuestro ego de otras imágenes negativas.

Ofiuco, ese es el nombre con el que se conoce este reflotado signo astrológico, más allá de su validez científica o no, opera muchas veces como una máscara. Lo novedoso de Ofiuco, signo que no es nuevo, es que plantea la posibilidad de que podemos cambiar de máscara, o mejor dicho, revela justamente que estamos usando una máscara. En un mundo marcado por la mutabilidad, donde el rostro, el sexo, el nombre pueden substituirse, lo que aún se mantenía inmutable era nuestro signo astrológico, como designio de nacimiento, una especie de libro de la vida inicial, una marca que no mutaba y permanecía inalterable acompañándonos por toda nuestra existencia.

Jean Baudrillard, filósofo francés cuyo trabajo se relacionó con el análisis de la posmodernidad, señaló que: “Estamos en plena compulsión quirúrgica que tiende a amputar las cosas de sus rasgos negativos y a remodelarlas idealmente mediante una operación de síntesis. Cirugía estética: el azar de un rostro, su belleza o su fealdad, sus rasgos distintivos, sus rasgos negativos; habrá que reparar todo eso y convertirlo en algo más bello que la belleza: un rostro ideal, un rostro quirúrgico. También podemos rehacernos el signo astrológico, el signo de nuestro nacimiento, sincronizar nuestro signo astral y nuestro modo de vida: véase el proyecto, hasta ahora utópico pero no sin futuro, de un Instituto de Cirugía Zodiacal donde obtendríamos, mediante unas cuantas manipulaciones apropiadas, el signo de nuestra elección”.

Esta “Cirugía Zodiacal”que descubrió Baudrillard dejó a muchas personas en el vértigo existencial, aunque no sin cierta frivolidad. El pensador francés llama a esto “la mutabilidad de los signos”, signos que construyen nuestra identidad.

En un mundo donde la fugacidad pareciese ser la marca indeleble que signa la vida del hombre, el resurgimiento de Ofiuco constituiría un artilugio más en la vorágine de la mutabilidad total. Más allá del horóscopo y su carencia de rigor científico, tal vez el hecho de que nos podamos identificar tan fácilmente con un signo, en el fondo obedece a esa especie de sello holográfico del ser, el cual nos permite predisponernos a cualquier sistema de creencias o realidad.
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