¿Por qué el 2015 fue el año del petróleo barato?

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El derrumbe de los precios, que había comenzado en los últimos meses del 2014, se consolidó e impacta en el tablero geopolítico.




 

                                     En 2015, el precio del crudo ha sido el más bajo desde el 2008.

El final del año llega con la confirmación de una tendencia que parece haberse afianzado a escala global: el mundo asiste a una etapa de petróleo abundante y barato. Las estadísticas ayudan a comprender el alcance del fenómeno. Desde junio de 2014, el precio del petróleo ha caído en su cotización de 115 a 36 dólares el barril.

El derrumbe puede explicarse por la combinación de tres factores: la aproximación de los Estados Unidos a la meta del autoabastecimiento energético, la reducción de la tasa de crecimiento de China y el persistente estancamiento en buena parte de Europa. A estas causas, expertos en la materia adicionan la aparente decisión de Arabia Saudita de confirmar su preferencia por la conservación de un porcentaje decisivo del mercado global a costa de sacrificar precio, un fenómeno que estaría reproduciendo su accionar de hace exactamente treinta años y que tuvo consecuencias decisivas para la historia universal. Quienes aportan este punto de vista ven detrás de la caída del precio del petróleo una reedición de lo que ocurriera en 1985-1986, cuando Arabia Saudita logró —en acuerdo con los Estados Unidos— derrumbar el precio del crudo a través de un exponencial aumento de su producción de petróleo. Dicha medida arruinó las finanzas del Kremlin y aceleró la caída de la Unión Soviética que tuvo lugar pocos años más tarde.

Más allá de estas especulaciones históricas, la realidad muestra hoy que una caída persistente en la cotización del precio del petróleo compromete seriamente el equilibrio presupuestario de varios países cuya economía está atada decisivamente al producto de la renta energética. Algunas de estas naciones se encuentran en el centro de los conflictos mundiales de nuestros días: Irak, Siria, Rusia y, en nuestra región, Venezuela. Esta última la nación posiblemente sea la más afectada por esta nueva realidad. La situación ha llevado al Gobierno de Nicolás Maduro a una espectacular derrota electoral hace pocas semanas.

Probablemente hayan sido los hermanos Fidel y Raúl Castro los primeros en advertir la importancia de este fenómeno. El fin de la fiesta bolivariana provocó, además, el giro geopolítico más impactante del año: el acuerdo entre Cuba y los Estados Unidos para normalizar sus relaciones. Conscientes de que Venezuela ya no estaría en condiciones de abastecer sus necesidades económicas, Cuba tendría que atravesar un nuevo "período especial" plagado de privaciones y limitaciones como aquel que siguió al fin del subsidio soviético a fines de los ochenta.

Por el contrario, el menor precio de los recursos energéticos beneficia naturalmente a las empresas de transporte, agricultura y manufacturas, que ven reducidos los costos operativos de sus operaciones. Los Estados Unidos parecen estar entrando en una etapa de abundancia energética: en los últimos diez años aumentaron su producción petrolera en un 56 por ciento. Los nuevos gigantes, China e India, podrían beneficiarse, aunque de manera indirecta: la dependencia de la importación petrolera es significativa en el caso chino.

El precio del barril de petróleo estaría llamado a ser, nuevamente, un actor central de la economía global. En 1973, el shock derivado del conflicto árabe-israelí cuadruplicó en pocos meses el precio del petróleo y alteró para siempre la economía y la política de la década siguiente. A fines de los años noventa, el barril cotizaba apenas en torno a los veinte dólares. Ocho años más tarde, llegó a 145. Ese salto fenomenal permite explicar el extraordinario despliegue de poder de naciones como Venezuela, Irán y Rusia. Sin embargo, las políticas sustentadas en la renta de sus recursos naturales muestran, una vez más, el límite inexorable de la realidad. Las reglas de la historia enseñan que resulta inevitable escapar a las limitaciones materiales de una política basada exclusivamente en la explotación rentística que olvida la diversificación económica.

Esta nueva realidad geopolítica parece dejar atrás algunas ensoñaciones. Hace seis años, durante la primera cumbre del grupo BRICS en Ekaterimburgo, los líderes de Rusia, China, India, Brasil, Kazajistán, Tayikistán, Kirguistán y Uzbekistán llamaron a consolidar un modelo global superador de la "manutención de un sistema unipolar artificial". Entonces, los BRICS estaban de moda: Goldman Sachs estimó que China podría superar el PBI de los Estados Unidos hacia 2027 y que los BRICS combinados podrían tener más peso en la economía mundial que el G7 para el año 2032. Los Estados Unidos parecían una potencia en declive. La guerra de Irak, los problemas económicos y la erosión del prestigio de Washington en el exterior eran signos de esa declinación aparente. En 2010, China sobrepasó a Japón en términos del tamaño de su PBI y a pesar de que en términos de ingreso per cápita los japoneses son infinitamente más prósperos que los chinos, Beijing se convirtió en la capital de la segunda superpotencia económica mundial.

El declive (relativo) de Occidente en la década del 2000 replicaba lo vivido en los años setenta. Entonces, los sucesivos shocks petroleros de 1973 y 1979 habían disparado el valor del crudo. Ya en 1971, la administración Nixon había tenido que decretar el fin de la convertibilidad del dólar. A partir de 1970, la economía norteamericana comenzó a perder tamaño (relativo) ante el resurgimiento de Europa y el avance de Japón. En 1945, tras el fin de la guerra, el PBI norteamericano había alcanzado el 50 por ciento de toda la riqueza producida en el mundo entero. Las cosas cambiaron en los setenta.

Al final de la década, el Kremlin y el Tercer Mundo se habían beneficiado de tal manera que Foreign Affairs describió en el verano de 1980: "Vivimos 1979 con Irán en desorden, con la crisis del petróleo, aún cuando no hubo faltantes extendidas, y con los soviéticos invadiendo Afganistán. Fue un año ilustrativo de la impotencia de Occidente y el fracaso nacional en el liderazgo internacional". Entonces, el jefe de Ideología del Politburo (el poderoso Mijaíl Súslov) se animó a afirmar: "El mundo capitalista está afiebrado y la crisis general del capitalismo es el derivado de la obvia declinación del sistema neocolonial". El influyente Súslov expresó, el 21 de febrero de 1980, en el Pravda su optimismo cuando aventuró: "Las posiciones del socialismo se están fortaleciendo" y festejó: "En los últimos años grandes victorias fueron ganadas por fuerzas de liberación nacional y progreso social en países de Asia, África y Latinoamérica".

El optimismo que en los años setenta inundaba las oficinas del Kremlin se reprodujo con mayor intensidad en la primera década del siglo XXI. El precio del petróleo se sextuplicó entre 1999 y 2008. Tras la recesión económica global derivada de la crisis financiera de 2008-2009, el precio del petróleo volvió a recuperarse y realimentó a los países rentísticos, a menudo desafiantes de Occidente.
Pero, ¿el petróleo es bueno o malo para el desarrollo de un país? La complejidad del asunto no puede obviar que la experiencia indica que por regla general la renta externa trae beneficios de corto plazo y problemas de largo alcance a los países beneficiados por la abundancia de recursos naturales. Como es sabido, la mayoría de los países con abundantes recursos naturales —medidos proporcionalmente como decisivos respecto de sus exportaciones— suelen presentar desempeños económicos menores que los países con menos recursos naturales.

Charles-Maurice de Talleyrand dijo alguna vez: "Sólo Dios sabe cuántos errores políticos se evitan gracias a las restricciones presupuestarias". Tales enseñanzas pueden remitirse a la bonanza económica de la década del 2000 para los países beneficiados por la economía de renta. Como un llamado inexorable de la historia, las relaciones entre petróleo y política están convocadas a guiar una vez más el curso de los acontecimientos mundiales.

Fuente: Infobae
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