Summer camps, la alternativa a las colonias de verano

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Como en los Estados Unidos, se transformaron en una opción para las familias que buscan fomentar la socialización de los chicos en un entorno natural y lejos de la rutina cotidiana; al mismo tiempo, muchos campamentos ofrecen a los padres la posibilidad de ver a través de Internet qué hacen sus hijos mientras viven la experiencia de estar una semana o quince días fuera de casa.




 

Predio de Kapawa Camp, en Chascomús.

Sleepaway Camp o Friday the 13th a Wet Hot American Summer, pasando por Meatballs y llegando, más cerca en el tiempo, a Camp Rock, por nombrar algunos de sus referentes más populares, los "campamentos de verano" son un género que supo dejar huellas en el imaginario de todo aquel que haya visto este tipo de películas. Inspirados, tal vez, en un formato que existe desde hace rato en los Estados Unidos y que el mainstream norteamericano supo difundir a nivel global, en la Argentina esta modalidad gana cada vez más adeptos, convirtiéndose en una alternativa a las clásicas colonias de vacaciones a la que recurre un número creciente de familias.

Así lo demuestra Tatiana, mamá de Nico Izón, que a sus 7 años pasó por primera vez cinco días enteros fuera de su casa. "Los pudimos ver a través de Periscope haciendo tirolesa, escalando un cerro o haciendo las actividades de la noche que durmieron en carpa y no en los bungalows. Para las mamás, la perlita fue ver cómo a partir del segundo día, a pesar de que habían llevado cinco mudas, ¡no se cambiaron más la ropa! Ahora, cuando lleguen, esa remera va derecho al lavarropas con lavandina", cuenta mientras espera junto a otras madres y padres en la sede del club Hacoaj la llegada de los micros que traen de vuelta a los chicos y adolescentes que participaron de un campamento de verano en Sierra de la Ventana, provincia de Buenos Aires.

Como ella, muchas otras familias ya contemplan dentro de su programa para las vacaciones la participación de sus hijos en campamentos de verano, donde durante 5 días, una semana o hasta una quincena se alejan del hogar para participar de actividades en contacto con la naturaleza. "Lo bueno es que los chicos salen de la rutina y los padres no tienen que seguir con la lógistica de traer, llevar y hacer vianda que implica una colonia. Es un momento distinto que aprovechan los chicos mientras nosotros esperamos las vacaciones familiares", dice Luciana Campos, que desde el año pasado envía a sus hijos a estos summer camps criollos. Además de ofrecer momentos de diversión, dicen, es una forma positiva de socialización y de educación no formal. En los Estados Unidos, cada año, unos 11 millones de chicos y adultos participan de estas actividades, según la Asociación Americana de Campamento (ACA, según sus siglas en inglés). Allí, los campamentos en los que se pernocta crecieron un 21% en diez años.

Aquí, mientras tanto, el avance del modelo es notorio. "Las instituciones que hace rato vienen haciéndolos siguen, y a la vez se suman otras nuevas, como nosotros, que también crecemos en nuestra convocatoria", dice Ariel Leon, director de Kapawa Camp, que todos los veranos organiza campamentos para chicos y adolescentes en Pilar y Chascomús. A nivel local, uno de los factores detrás del auge es el cambio en la dinámica de las vacaciones. "Como en otros órdenes de la vida, se han descentralizado y ya no son patrimonio exclusivo del núcleo familiar que monopoliza el veraneo en bloque. Se reparten los tiempos y se multiplican las combinatorias. Los campamentos son una de esas variantes", dice Susana Mauer, psicoanalista especialista en niñez y adolescencia.

"La descentralización de las vacaciones supone hacerle lugar a nuevas variantes para los hijos, pero también para los padres, de organizar sus vacaciones -agrega Mauer-. Hoy es más frecuente hacer varias salidas cortas durante el año y no siempre pensadas para la familia como conjunto. Viajecitos de pareja, salidas de padres a pescar, madres que viajan para correr maratones, hijos que van a algún campamento. Esa diversificación no solamente es legítima, sino que bien instrumentada resulta saludable."

"El mayor incentivo de mandar a Cielo al campamento es para que experimente la convivencia con otros. En casa convive con nosotros, pero me interesa que desarrolle su tolerancia, su solidaridad y su trabajo con otros", cuenta Marisa Bozzoni, mamá de Cielo Medina Bozzoni, de 14 años, que esta semana participó de un campamento scout en el predio de Kapawa en Chascomús. Para Marisa, el campamento es una manera sana de sacarla de sus ámbitos de todos los días: la escuela y la familia.

"Para los chicos es un lugar de vacaciones, pero en el campamento nunca se deja de lado la educación, siempre en términos no formales, sin calificaciones ni exigencias escolares -sostiene Julio Di Rosso, coordinador del Campamento Scouts de Avellaneda, del que participa Cielo-. Para nosotros lo más importante es que ellos se desarrollen como personas a través de juegos, de investigaciones y en la convivencia con otros."

"El campamento ofrece la oportunidad de una dimensión única de la educación no formal, que es aquella que se desarrolla fuera de las aulas", coincide Norberto Rodríguez, secretario general de la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA de la Argentina, institución que realizó en 1903, en un paraje de la costa uruguaya llamado Riachuelo, el primer campamento del que se tenga registro en América latina, y que en la actualidad realiza campamentos todos los veranos en Sierra de la Ventana, Monte Hermoso y Escobar, de los que participan unos 1000 chicos y adolescentes cada año.

Rodríguez enumera una lista casi infinita de beneficios: "Contribuye como pocas otras actividades a la socialización y a crear comunidad; permite redescubrir al prójimo y por lo tanto recuperar la dimensión humana en las relaciones; afirma actitudes de respeto y de tolerancia; fortalece el valor de la solidaridad activa; profundiza la dimensión espiritual de la vida, entre muchos otros. Sin la menor duda, el campamento se constituye en un aporte excelente para la recuperación de los valores cuando éstos parecen ausentarse".

"Los campamentos son experiencias con grupo de pares que pueden alentar la solidaridad, la competencia sana, el deporte y el contacto con la naturaleza -afirma por su parte Eva Rotenberg, directora de la Escuela para Padres Multifamiliar-. Al alejarse temporariamente de su familia miden si extrañan, si los extrañan, es una prueba personal: ¿se integran?, ¿pueden resolver las dificultades que se les presenten? Es un modo de darse cuenta cómo se siente cada uno internamente."

"Para nosotros, el campamento es una oportunidad para afianzarse más con los amigos, conocer chicos nuevos, vivir la experiencia de estar en un lugar distinto, de dormir en carpa, de participar del fogón... Todas esas cosas que no hace habitualmente acá en la ciudad", dice Solange Kenigsber, mamá de Luciano, de 7 años, que esta semana participó por primera vez de un campamento de 5 días. "Había ido a uno de 3 días y ahora fue él mismo el que nos pidió irse de campamento", agrega.

"Es una buena oportunidad para aprender a valerse por sí mismos en la naturaleza y para aprender sobre el valor del compañerismo", agrega José Cuenca, papá de Milagros, de 13 años, que participa esta semana de un campamento de una semana. "Va a campamentos desde los 6. En el primero fue difícil la despedida, pero fue una experiencia muy linda, que sigue repitiendo todos los años."

Naturaleza y tecnología

El origen de los campamentos de verano puede rastrearse a la década de 1880, en los Estados Unidos, donde las convicciones victorianas alentaban a la élite de Nueva Inglaterra a mandar a sus hijos (varones) lejos de las tentaciones de la ciudad, para evitar así los males de la "sobrecivilización" y los excesivos refinamientos de los hogares "feminizados". En la década de 1890 se vive el primer auge de los summer camps con la participación ya no sólo de las élites, gracias a la adopción de estas prácticas por parte de organizaciones religiosas y sociales.

Con el tiempo comienzan a surgir campamentos de verano para chicas; en la década de 1920, las organizaciones judías y protestantes se suman a las católicas en la organización de estas actividades. Hacía fines de esa década y en la siguiente proliferan los summer camps de organizaciones políticas -comunistas, fascistas y hasta nazis en tierra norteamericana-, y se difunde esta práctica en varios países de Europa. Es en la antesala de la Segunda Guerra Mundial que se produce un gran cambio: se profesionaliza su organización y se incorporan los conocimientos de la psicología infantil.

La imagen del summer camp norteamericano atraviesa así la cultura, hasta tal punto que en el cine constituye un género propio, del que se destacan tanto las películas cómicas como Meatballs (1979), que lanzó a la fama a su director, Ivan Reitman, y a su protagonista, Bill Murray, y las de terror, con Friday the 13th (1980), y a su inolvidable Jason Voorhees, que emerge una y otra vez de Crystal Lake para atacar a quienes acampan en sus orillas.

Pero, ¿qué tienen en común los campamentos de antaño, del cine y de hoy? "Son propuestas, en general, que implican mayor contacto con la naturaleza y desintoxican de tanto cemento y tanto pegoteo a la pantalla de turno -responde Mauer-. Los chicos que suelen pasar varias horas jugando a la Play o se aferran a cualquier dispositivo electrónico se sorprenden de ellos mismos, luego de haber podido tomar distancia de la tecnología durante un par de semanas."

"Los chicos están acostumbrados a tener todo el tiempo al alcance de la mano la computadora, la tablet o el teléfono celular, pero cuando salen de esa hiperconexión y viven una semana o 10 días encuentran una oportunidad especial para construir vínculos y generar grupos de amigos", dice Daniel Levin, director de campamentos de Hacoaj, al tiempo que advierte que hoy, la hiperconexión es un desafío más para los padres que para los chicos.

"El que los padres estén acostumbrados a seguir a sus hijos por Facebook y a hablar con ellos por celular cuando quieren plantea un verdadero desafío -asegura Levin-. Por eso, desde la dirección usamos Facebook para que los padres puedan acompañar de alguna forma a sus hijos durante el campamento, utilizándolo como ventana para que pueda ver las actividades que realizan. Incluso este año incorporamos Periscope para que los padres puedan ver algunos momentos generales del campamento."

En este contexto, Periscope -al igual que las fotos subidas en tiempo real a Facebook, Twitter o a los grupos de WhatsApp de las mamis- representa el ansiado sueño de convertirse en mosca para poder ver (sin interrumpir) qué es lo que hacen nuestros hijos cuando están fuera de nuestra vista. Claro que la tecnología, en este caso, sólo está del lado de los padres, pues la enorme mayoría de los campamentos prohíbe a los chicos llevar celulares y otros dispositivos móviles.

En Estados Unidos, según estadísticas de la ACA, el 74% de los campamentos no permite el uso de dispositivos electrónicos como celulares o tablets; es más, en el 84% de los campamentos todavía se emplea el uso de correspondencia escrita (cartas, postales) como medio de comunicación entre los chicos y sus hogares.

"Nos comunicamos por carta: cada dos o tres días los chicos nos escriben y nosotros les contestamos, a la antigua", cuenta Vera Flehner, mamá de Violeta, de 14 años, que la semana próxima partirá de campamento a Bariloche por 15 días, y de Baltazar, de 11, que esta semana volvió de un campamento de 11 días en General Rodríguez. "El campamento de verano es algo que uno vive de forma ambigua -dice-. Los extraño, pero al mismo tiempo me alegro de que la pasen bomba. Además, siempre vuelven cambiados."

Fuente: La Nación
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