Mejoran las condiciones de vida de los chicos que deben vivir en una prisión

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Cuatro detenidas conviven desde el miércoles pasado en una casa, dentro del penal de Florencio Varela, para criar a sus hijos menores de 4 años.

Cuando se enteró de que estaba embarazada, Nancy sintió una felicidad enorme. Se le cumplía un sueño. Pero la alegría se vio rápidamente opacada por una ola de miedo e incertidumbre. Es que, más allá de los temores lógicos de cualquier madre primeriza, a ella se le sumó otro obstáculo: estar detenida en una cárcel bonaerense.

"Me dio miedo. Se te vienen demasiadas preguntas. No sabía cómo iba a ser. Si mi familia me iba acompañar. No sabía si me podía pasar algo acá adentro. No es sólo miedo físico", contó esta joven de 24 años a LA NACION. "Es muy difícil verlo a él acá adentro", añadió en referencia a su bebe, Timoteo, que tiene 9 meses.

Hace una semana, Nancy y su hijo fueron trasladados a la Unidad 54 de Florencio Varela, donde convive junto con otras dos madres con hijos pequeños y una mujer embarazada en una pequeña casa ubicada en el predio del penal.

Las cuatro mujeres son protagonistas de una prueba piloto impulsada por el Ministerio de Justicia bonaerense para las madres detenidas que tienen hijos menores de cuatro años. La ley dispone que hasta esa edad los chicos deben permanecer con ellas. Bajo la órbita del Servicio Penitenciario Bonaerense hay unas 1228 mujeres, de las cuales 53 tienen hijos pequeños y 22 están embarazadas. En total son 60 los niños de hasta 4 años que están en los penales bonaerenses con sus madres.

"La idea de alojarlas en las casitas es darles a los chicos un contexto distinto, algo más parecido a un hogar", explicó el ministro de Justicia de la provincia, Gustavo Ferrari, que el miércoles pasado inauguró las casitas junto a la gobernadora María Eugenia Vidal .

Dos de las mujeres que participan de ese plan piloto fueron condenadas por robo calificado, una por robo agravado y la otra por abandono de persona.

Ferrari explicó que el objetivo es ir trasladando a otras madres a las casas del predio, y a otras seis unidades que hay en otros penales, en la medida en que demuestren pautas de conducta que favorezcan la convivencia: " Creemos que otras mujeres podrán acceder a este beneficio si demuestran que pueden aceptar las reglas de convivencia".

Timoteo les sonríe a todos, ajeno al lugar en el que se encuentra. "Me duele mucho tener que criarlo acá. No lo puedo disfrutar. Y no puedo dejar de pensar cómo le afecta esto a él, si cuando sea grande se acordará de algo", dice Nancy. "Acá hay menos barullo que en el pabellón, duermen más tranquilos. Es distinto. No hay rejas y tenemos la puerta 24 horas abierta", explicó.

La casita, construida con el sistema de prefabricado, tiene dos habitaciones, living, comedor y una cocina. Está rodeada de un espacio verde, que tiene una plazoleta con juegos para los niños. El complejo cuenta con otras 10 unidades que alojan a 36 internas sin hijos.

Yésica tiene 29 años y está embarazada de cinco meses. Es otra de las mujeres que está alojada allí. "Entrar embarazada o con una criatura a una cárcel es muy duro, ya desde el momento de la detención, todo lo que pasas", contó. "Yo estuve con amenaza de aborto. Me dijeron: «tuviste una histeria de limpieza», porque me levanté temprano un día a limpiar a las 7 de la mañana. Pero no era histeria, eran nervios, preocupación por el bebe", relató la joven.

"De afuera se ve a los presos como que se merecen estar acá. Yo era una de esas personas que piensan así, hasta que me tocó a mí. Esto me hizo ser más ser humano. Nadie se merece estar en un lugar como este y mucho menos una criatura", sostuvo Yésica.

Por la ventana entra una brisa que alivia un poco el calor. María Sol, una beba de 8 meses, se entretiene en el piso con un juguete, a los pies de su madre, Romina, de quien no se quiere separar ni por un segundo.

"Cuando estaba en un pabellón, era muy feo levantarme todos los días y ver a mi hija en una celda. Es duro lo que ella está pasando, todo lo que siento yo sé que ella lo siente", dijo la mujer, de 34 años, que está detenida hace tres años y medio.

Romina recuerda los ruidos de rejas que se abrían y se cerraban de golpe. Los recuentos de personas a la madrugada y cómo Sol se despertaba, alterada, sus ojitos buscando en su madre alguna explicación de los ruidos permanentes que se escuchaban en el pabellón. Ahora, la nena juega tranquila, gatea sobre el pasto y ya no tiene una reja que el impida salir de la habitación. Sólo las rejas que rodean el predio y los gritos del pabellón contiguo a la casita las devuelven a la realidad.

"Es diferente estar acá, es un cambio para mí y para ella. Es una oportunidad muy grande y estoy haciendo todo el esfuerzo posible para seguir adelante", explicó Romina, que tiene otros cinco hijos, a los que no ve desde que está detenida.

En la casa también está Miriam con su bebe, Ciro, de cinco meses. "Yo sé que la gente piensa que somos todas malas personas las que estamos acá, pero todos nos equivocamos alguna vez. Y podemos cambiar. Queremos una vida mejor para nuestros hijos", dijo la mujer.

Las cuatro mujeres se reparten las tareas cotidianas: cocinan, lavan la ropa, mantienen la limpieza de la casa y se ayudan mutuamente en el cuidado de los chicos. "Somos como una familia", dice Nancy, que ya piensa en un futuro en libertad. "Mi hijo me da fuerzas para seguir. Quiero salir, criarlo bien y que sea feliz".

Fuente: La Nación
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