Tienen más de 8 años, buscan una familia y casi nadie los quiere adoptar

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El 90 % de los que piden una adopción quiere bebés de menos de un año, el 15% hasta 4 y sólo 44 postulantes aceptarían hasta 12 años. 






Cecilia camina apurada por la nieve. El frío de Tolhuin congela su gesto preocupado. Va en busca de Diego, su marido, que está trabajando. “Llamaron del juzgado de menores, tienen a un nene...”. Suben al auto para hablar mejor. “Me dijeron que era un poquito más grande de lo que queríamos”, dice ella. “¿Cómo más grande? ¿Cuánto tiene?”, pregunta Diego. “¿Te acordás que en la entrevista habíamos dicho que tenga 4, 5 años... bueno, tiene 8. ¿Te parece mucho?”.

Carlos Sorín, el director de cine que ha filmado siete de sus nueve películas en la Patagonia, eligió empezar así su última pieza: Joel. Así se llama el nene en cuestión, que inquieta, conmueve y moviliza no sólo a esta pareja sino a toda la comunidad.

En el juzgado la doctora Parodi le dirá a la pareja que Joel tiene 9 años: “¿Tienen algún inconveniente con la edad del nene?”. “No, no...”, tartamudean los dos. Pero habrá inconvenientes, porque Joel tiene una historia. Su vida ha sido sin padre, con una madre adolescente que lo dejó con su abuela, que al tiempo murió. Apareció un tío, pero cayó preso, y entonces, el instituto.

“No han podido tener hijos, se anotaron en el registro para adoptar y esperaron el tiempo suficiente como para aceptar -cuenta Sorín a Clarín-. La historia del nene se la desayunan en el juzgado. Y ocurre lo imposible, que es convertirse en padres de un día para el otro sin tener preparación. Encima, de un niño más grande”.

Es la primera película de Sorín que tiene a una mujer como protagonista. De Cecilia vemos sus dudas, sus miedos, sus temores, toda su incertidumbre ante esta maternidad repentina y compleja. Joel aborda el costado más ríspido de las adopciones: los niños y niñas con historia, los relegados, los evitados.

En el Registro Unico de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos del Ministerio de Justicia de la Nación hay 5.465 postulantes. El 90 por ciento quiere que el niño tenga menos de un año, el 71 por ciento aceptaría hasta 4 años, el 15 por ciento se estiraría hasta los 8 años y sólo el 0,8 por ciento -44 candidatos- adoptaría un niño de hasta 12 años. En el registro también se ve que sólo el 15 por ciento de los aspirantes aceptaría a un niño con alguna discapacidad o enfermedad y un escaso 5 por ciento adoptaría tres hermanos o más.

Por eso existen las convocatorias públicas, que son pedidos de adopción especiales. Se los puede ver en la página del Registro con el título "Buscamos Familia”. En el listado hay niños enfermos, grupos de hermanos que no quieren ser separados y adolescentes.

“Casi nadie que tiene pensado adoptar tiene en cuenta a estos chicos: los grandes, los que tienen discapacidad, los grupos de hermanos. Y la realidad es que esos son los chicos que necesitan ser adoptados, no los bebés. Prácticamente no hay bebés para adoptar, eso es un mito”, explica Graciela Fescina, directora nacional del Registro.

“No tenemos estadísticas antiguas porque si bien el Registro se abrió en 2005, las provincias se fueron adhiriendo de a poco y recién desde el año pasado están todas. Pero vemos que hay cierta apertura a adoptar a niños de más edad, y tiene que ver con el trabajo de sensibilización que estamos haciendo por todo el país. Lo que debe quedar claro es que los que tienen el derecho a tener una familia son los niños, y no al revés”, agrega Fascina.

Karina Leguizamón está al frente del Consejo de Niños, Niñas y Adolescentes de la Ciudad de Buenos Aires. “Sólo el uno por ciento de los niños en estado de adoptabilidad tienen menos de un año. Hay que entender que una familia también puede formarse con niños más grandes, no sólo con bebés, porque por suerte no hay bebés para adoptar”, dice.

“Tenemos que romper con el mito de que hay miles de bebés abandonados. Los niños que necesitan ser adoptados son más grandes porque es con el tiempo y los años que se dan los problemas y las situaciones de vulnerabilidad que los alejan de sus familias”, explica Leguizamón.

Antes de anotarse en el Registro hay que concurrir en forma obligatoria a varios talleres. En ellos se habla de la “disponibilidad adoptiva”, donde se habla justamente de la realidad de los chicos que esperan ser adoptados, para que luego no haya padres frustrados ni niños devueltos.

En la ciudad hay 1.100 legajos de postulantes: el 76 por ciento no admite niños enfermos, y nadie con patologías complejas. La gran mayoría de los niños y niñas en estado de adoptabilidad (unos 200) tiene más de 6 años.

La mayoría de estos niños vive en hogares. Clarín habló con varias familias que han adoptado niños. Todas reconocen la calidad de los profesionales que acompañan en el proceso, pero aseguran que al drama de la falta de vínculos biológicos se suma que los pasos por estos hogares no han sido buenas experiencias: falta de contención, de mirada, y a veces también de apoyo escolar y salud. En una de las convocatorias públicas se lee: “han permanecido en un hogar por mucho tiempo... Se encuentran en tratamiento debido principalmente a las consecuencias que todo niño puede sufrir al haber pasado parte de su niñez en un entorno carente de amor, familia y contención”.

En este momento hay 800 niños en cinco hogares del gobierno y 42 de organizaciones no gubernamentales, algunas religiosas. Todos dependen de la Dirección General de Niñez del Ministerio de Desarrollo Social porteño.

¿Por qué la atención de estos niños está tercerizada?, preguntó Clarín. “Porque no consideramos que las ONG trabajen mal. Tienen que tener un proyecto institucional. Y son supervisadas, si no es satisfactorio lo que hacen se rescinde el convenio, ya ha ocurrido varias veces”, explica Graciela Fancinelli, directora de Niñez porteña. Los operadores sociales son estudiantes, admite, También, que varias ONG son religiosas. Uno de los hogares, por ejemplo, se llama Jesús Amigo.

No se sabe con certeza cuántos serían los niños y niñas en estado de adoptabilidad en este momento en Argentina. El último informe disponible -es de UNICEF, del 2015- de la "Situación de Niñas, Niños y Adolescentes sin Cuidados Parentales" dice que son 9.219 chicos, 760 de ellos en condiciones de ser adoptados.

Gabriela es técnica química y su pareja, Gastón, técnico en computación. Los dos siguen estudiando, ella psicología y él sociología. En 2014 se inscribieron en el Registro, Querían adoptar un niño, no importaba tanto su edad. Llegó, tenía 10 años. “Estábamos dispuestos a que tuviera una historia”, dice Gabriela. Y la historia estaba, compleja como todas.

Los últimos 3 años habían sido en un hogar de una fundación. Todos varones. “Poca gente, poca preparación, poca mirada hacia los niños, todos mezclados y con realidades muy diferentes”. Lo que hacía el chiquito era aislarse. Tampoco estaba alfabetizado a pesar de sus 10 años. Y su percentil (medida de crecimiento) era de 5, bajísimo. Gabriela se sentó todo un verano con él. Le enseñó a leer y a escribir. A sumar y a restar. Lo alimentaron, lo llevaron a la plaza. Ahora tiene 13. Tiene el físico acorde a un chico de su edad. La escuela va bien, está en séptimo. “Tiene muchas inquietudes artísticas. El esfuerzo que hizo él fue descomunal”, dice Gabriela.

Están contentos. Y tanto que van a “reincidir”. El pide un hermano. “Adoptar a un niño más grande no es fácil, pero es posible y muy gratificante para todos. Hay que mirarse bien adentro y darnos cuenta qué es lo que podemos hacer”. Gabriela repite conmovida una frase que su hijo le dijo una vez: “Si yo pudiera hacer una ley, haría que primero nos adopten a los más grandes, porque nadie nos quiere”.

Marina y Fernanda

Marina es psicóloga y Fernanda, trabajadora social. Tienen 47 años y se casaron para poder adoptar juntas y ser madres las dos. En el Registro pusieron que aceptaban niños de hasta 8 años, con hermanitos y discapacidades que no afectaran la autonomía. Así llegó Jessica, con ocho años y un largo recorrido de vulneraciones. “Todo falló”, dice Marina.



Marco, docente universitario, y Julieta, traductora, hicieron varios tratamientos de fertilización, sin éxito. En 2010 se anotaron como postulantes en el registro de adopción. “Pusimos hasta 6 años, y que podían ser hermanitos. Tenés que hacer el recorte y te sentís muy mal con eso, pero bueno, hay que hacerlo”, dice Marco. Después se estiraron, y a fines de 2012 les avisaron que había una nena de 9 y un varón de 4, que eran hermanos. Los fueron a conocer, tomaron la merienda en el instituto, otro día los llevaron a la plaza, vinieron los actos en la escuela y después las fiestas. Todo estuvo perfeco. Les dieron la guarda y pudieron irse de vacaciones. Los nenes tuvieron una buena experiencia en el instituto, aunque tuvieron que convivir con adolescentes y soportar situaciones de violencia. Al tiempo supieron que había un tercer hermanito que vivía con una tía, pero se enfermó. Marco y Julieta fueron por él, y terminaron adoptándolo. Hoy tiene 8 años. “Fue otro regalo más que nos dio la vida -asegura Julieta-. Uno no sabe cómo resultará la maternidad y la paternidad, más allá de dónde salga el niño, eso no importa. ¿Hay dificultades? Sí, como en todos los vínculos. Lo importante es tener ganas de cumplir ese rol”.


Fuente: Clarín


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Según informaron, el nene tenía una cardiopatía congénita desde su nacimiento. Ingresó al hospital positivo de la enfermedad y su condición empeoró rápidamente. Se registran más de 269 mil contagios y 197 muertes en el país.