El reconocido conductor utilizó sus redes sociales para dedicarle un recuerdo a su madre fallecida.
Peleó con los médicos para que no le amputaran la pierna y hoy es montañista “inspiracional”
Interés GeneralHace 17 años, un accidente cambió la vida de Andrea Fainberg. Después de 23 cirugías y autotrasplantes, la mujer escala, compite en triatlón y busca “contagiar” a otros.
Si un productor de Netflix anduviese por Colastiné, a 12 kilómetros de la ciudad de Santa Fe, seguramente estaría tocando el timbre en la casa de Andrea Fainberg. Es que la de ella es una historia que merece contarse en capítulos. Es una temporada que lleva 17 años. Y vale la advertencia de que hay "escenas que pueden herir la sensibilidad".
Comenzó el 14 de febrero de 2001. Andrea tenía 35 años, era soltera y no tenía planes para San Valentín. Como todos los días, bien temprano, salió a trabajar con su moto. De día hacía carrera en Estadísticas del Ministerio de Salud y de noche, horas cátedra como profesora de matemática en secundarios para adultos.
Arrancó y dejó atrás el gran árbol que está frente al hogar del que todos los psicólogos le recomendaron que se mudara. Pero desde ahí cuenta su historia a Clarín.
A las 13.15, a cuatro cuadras de su casa, un auto pisó el acelerador y se adelantó en contramano para pasar a un colectivo en la ruta 1. "No me ve y me choca de frente. Así como viene, con la parrilla. Y se va. No frenó", relata.
El daño fue instantáneo. Pero para ella fue en cámara lenta. "Volé -dice- y vi desde arriba lo que pasaba. Aterrizo, quedo tirada y escucho de lejos que la moto había quedado encendida. Nunca perdí el conocimiento". Su recuerdo es visual, no temporal. Andrea no se enteró de que la ambulancia tardó 43 minutos.
Además del impacto, esa demora fue determinante para su pierna derecha. "En ese momento de shock y de un dolor que no puedo describir, veo mi deterioro. También veo que la moto podía explotar y que los autos seguían circulando. Me sentí abandonada por el conductor. Les pedí a los pasajeros del colectivo que me ayudaran y a la vez que no me ayudaran tanto porque me sentía agobiada."
Mientras, "juntaba los pedazos de pierna" y veía que "faltaba el pie". Que "estaba dado vuelta", adentro del borcego. "Era todo muy morboso", reconoce. Como en una serie de supervivencia, entendió que tenía que mantenerse despierta: "Pedía que me cachetearan, para no apagarme como una velita".
Aunque era pleno febrero, Andrea tenía casco, borcegos y campera con protección. Si no, no hubiese sobrevivido.
Al minuto 44, cuando llegó el enfermero, por la pérdida de sangre sus párpados ya estaban semicaídos. Pero su oído se agudizó. Escuchó que por el handy el chofer se comunicó con la guardia del Hospital Cullen y dijo: "Voy con un femenino ruta 1, kilómetro 3, entra a quirófano directo para amputación". Mientras, el enfermero intentaba sedarla.
"Ahí empiezo a pelear, como podía. Forcejeo con él, me saco todo lo que me había puesto. El quería calmar mi dolor, estaba haciendo su trabajo. Pero sabía que si me dormía me iban a cortar la pierna", narra.
Su hermano llegó atrás de la ambulancia. Apenas la bajaron, Andrea reconoció el auto y gritó: "¡Gordo, me quieren amputar, salvame!". Ahí siguió la lucha. Algo que ella describe como "un caos de enfermeros, residentes y médicos" que la sujetaban para ponerle la mascarilla.
"En ese momento todos los que estaban ahí eran mis enemigos, todos me querían amputar". Fueron tres días de insomnio en terapia intensiva. Temía despertarse sin su pierna. Hasta su hermana, que también es médica, le apretaba la mano y le repetía: "Si no aceptás la amputación te morís". Pero en el día cuatro, el doctor Guillermo Morales le dijo que evaluaría su caso si la trasladaban a un sanatorio privado de Santa Fe.
Desde arriba de la rodilla hasta arriba del tobillo "no había pierna". La tibia se había triturado, la carne se iba necrosando día a día, la infección parecía incontrolable y a eso había que sumarle su deterioro clínico entre cada toilette quirúrgica. "Es como el tratamiento que se le hace a un quemado. No te pueden poner anestesia en la herida. Para que sea más 'llevadero', le pedía a las enfermeras que me dejaran hacerlo a mí. Ya había aprendido todo", detalla.
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