Hilda, la histórica sanjuanina que vende flores para mantener a su familia

San Valentín, uno de los días favoritos de la trabajadora mamá sanjuanina. 






Han pasado 35 años desde que Hilda González salió a vender rosas por primera vez. Hoy tiene 69 y es fácil reconocerla por su presencia y su calidez, su marca registrada.

Su vida es una historia de amor y lucha. Fue su esposo el que tuvo la idea de salir a vender ramitos de rosas por los restaurantes porque tuvo un infarto y el médico le recomendó que hiciera algo para no caer en la depresión. Como cultivaban rosales, salieron a ofrecer.
“Yo tenía vergüenza”, confesó a DIARIO MÓVIL, “pero el cariño de la gente me fue haciendo a mi. Una señora en Las Leñas me dijo que lo que sea que me pusiera, así sea un vestidito sencillo y unos zapatos, bien puesto quedaba más elegante. Y así me dejaban entrar a todas partes: Las Leñas, Las Cubas, Homero y Palito que eran los restaurantes de moda antes” recordó.
En esa tarea sigue hoy en día, caminando, o en la moto. “Encuentro todos los días gente linda, educada, cariñosa. Los encuentro grandes y me dice que estoy igual que cuando ellos eran chiquitos y les vendí flores a sus padres en algún lugar”.
En su esforzada tarea superó las subidas y bajadas de precios y bajó también un cambio en el recorrido. Coleccionó muchas anécdotas románticas. “Una vez entré a un lugar donde había un señor sentado solo que me compró todos los ramos que llevaba y lo ví después más allá tomando un café con una chica y los ramos”, recordó. También hay recuerdos graciosos como cuando se acercó a una “señora” ¡que en realidad era un hombre de camisa floreada y abundante cabellera!

El marido de Hilda murió hace 18 años y no volvió a formar pareja. “Una sóla vez existe el amor, para que uno se lleve bien. No éramos una pareja perfecta pero vivimos momentos muy lindos con él y los hijos. A veces lo extraño y me pongo melancólica”, reconoció.
“La lucholucho, pero tengo muchos nietos y eso me reconforta. He viajado con turismo social, me hice amigas. Pude pagar en cuotas un auto, pero como no sabía manejar lo vendí y fui a España en avión. De ahí en un crucero a Italia. Eso fue un sueño que Dios no se lo da a cualquiera”, contó sobre sus andanzas.
“A veces uno recibe muchas humillaciones y después aparecen las bendiciones. Dios me proteje. Creo mucho no soy de ninguna religión más que la mía, de ser bueno y no desearle el mal a nadie”, reflexionó.
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