“Minga” Ghersi tiene 86 años. Su niñez fue junto a siete hermanos al sur de Córdoba, en pleno campo. Fue una niñez difícil. Mientras los hermanos ayudaban al padre a trabajar la tierra a ella le tocaba subirse a un caballo y vigilar que no se escaparan los animales. Hoy vive otra realidad: comenzó la primaria nuevamente y se convirtió en un ejemplo en su pueblo y para su familia.


Todo cambió a los 7 años cuando fue en sulky al pueblo y conoció a una maestra.


"Así hice primer grado y primero superior. Después, nada más. No estábamos en condiciones de seguir estudiando", contó Minga a Infobae. Todos en Brinkmann, el pueblo de 10.000 habitantes en el que ahora vive, sacan pecho cuando la ven caminar a paso lento, con su bastón y su mochila en la espalda. Es que "Minga" tiene 86 años y acaba de empezar la primaria de cero.


Malvina, una de las hijas de Minga, fue la encargada de reconstruir la vida de la mujer: “Trabajaban la tierra a mano. Andaban sin zapatillas, comían las sandías o los melones que guardaban debajo de la paja”, explicó y agregó: “Ella pasó muchos años sin conocer el valor del dinero, porque hacían trueques: cambiaban maní por gallinas o verduras”.



El padre de Minga era veterano de la I Guerra Mundial. Tal vez por ello era algo retraído y su mamá no sabía leer ni escribir. Eso y una realidad de vida muy dura, habían llevado a Minga a obtener un trabajo con solamente diez años.


Fue cuando tenía 10 años y empezó a cuidar a los hijos de otras familias del campo. A los 12 se mudó a Brinkmann, el pueblo cordobés en el que vive, y empezó a trabajar como empleada doméstica. A los 16 una prima le enseñó a coser. A los 18 y en un baile del pueblo conoció al hombre de su vida.


Se casaron en 1955 y tuvieron tres hijos. Tal vez de él, que murió demasiado joven, haya tomado el ejemplo: "Él era un gran lector aunque tampoco había hecho la primaria. La hizo de grande, cuando ya estábamos casados y teníamos a los chicos. Salió mejor alumno y al año siguiente lo eligieron intendente del pueblo", cuenta ella.


Minga quedó viuda antes de cumplir 50 años y nunca quiso volver a formar pareja. Puso el corazón en sus hijos, en sus nietos (tiene 8), y en sus bisnietos (tiene 1 y está por nacer otro), y siguió cosiendo “para afuera”. Pero una caída en la que se astilló el fémur la dejó en silla de ruedas e inauguró una nueva etapa en su vida.


“Yo siempre había sentido que me faltaba algo. Este año dije 'basta'. ¿Por qué no voy a poder hacerlo?”, cuenta. Recién había vuelto a caminar con bastón cuando le dio la noticia a su hija. Malvina fue quien la ayudó a armar su primera mochila: un cuaderno de tareas, una carpeta, una cartuchera.


Arrancó haciendo algo que jamás había hecho: palabras cruzadas. Le hicieron pintar escudos y ya le enseñaron “cosas de matemáticas que no sabía, por ejemplo las decenas y las centenas”, cuenta orgullosa.


“¿Para qué?”, le han preguntado. “¿Para qué ponerse a estudiar a esta altura de la vida?”, ¿y si no llega a terminarla? “No importa si termino o no, tampoco si voy a poder hacer al secundario después. Me importa cada día de mi vida hoy. Yo voy feliz a estudiar, siempre es bueno aprender algo nuevo, estar con mis compañeros”. “Minga” es la mayor entre los alumnos, por eso la aplaudieron el primer día de clases, apenas la vieron llegar. Por eso el pueblo donde vive está orgullo de ella. Y por eso también, cuando Agustín, uno de sus nietos, contó su historia en las redes, esta se viralizó y le gustó a miles de personas.