Adoptó a un nene con parálisis cerebral y le cambió la vida

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La historia de lucha y superación de madre e hijo emociona a todos.







“Te vas a arruinar la vida”, le dijeron muchos cuando comunicó que finalmente había tomado la decisión de adoptar a ese chiquito que, años atrás, había conocido en el Hogar del Niño de Salto, provincia de Buenos Aires. “No camina y nunca va a caminar”, le repetían una y otra vez para convencerla de no dar ese paso. Pero Valeria Gasa (30) sabía que ya no podía ocultar lo que su corazón le había susurrado al oído desde que vio por primera vez a Ezequiel. Tenía tan solo un año y medio y una historia de vida que la impactó.


“Conocí a Ezequiel allá por 2010, en lo que fue mi primera salida laboral como acompañante terapéutico. Me habían convocado para trabajar junto a un chiquito con parálisis cerebral, retraso madurativo severo y microcefalia. Lo atendía en una institución que compartía con muchos otros chicos y adolescentes. Allí pasaba su vida: día y noche desde sus siete meses. Mi labor era contenerlo, asistirlo, colaborar en el sistema de salud para su bienestar máximo. Compartimos muchos momentos, internaciones, viajes, escolarización. Desde un principio, con mucha dificultad debido a su parálisis cerebral, lograba pequeños avances que luego con mucho amor se transformó en lo que puede hacer hoy. Mi vida giraba alrededor de él. Y, muy lejos de lo ético, en las fiestas, feriados y cualquier ocasión que lo ameritara, lo trasladaba a mi casa donde vivía con mis padres. Pensaba siempre en mejorarle su calidad de vida”, relata.

El tiempo transcurrió. El amor por Ezequiel crecía cada vez más y él le hacía notar que ese lazo que habían construido era único. Entonces Valeria supo que había llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa y afrontar lo que realmente pensaba para él. Pensó en una familia, en brindarle amor y contención y ofrecerle vida que le permitiera hacer sus terapias y tener sus asistencias correspondientes. Si bien los padres biológicos de Ezequiel están vivos, son personas humildes que no pudieron hacerse cargo de sus necesidades. “Nunca había pensado en adoptar, pero él me pudo. Lo adoré desde el primer día que lo vi y su discapacidad no me condicionó para nada. Me presenté ante la jueza y le ofrecí un proyecto de vida para él”, dice emocionada.

Valeria luchó por obtener la guardia provisoria, que obtuvo en marzo de 2014. El comienzo fue difícil. Tanto su familia como sus amigos sintieron que iba a perder su felicidad, que estar con una persona con discapacidad, que necesitara asistencia todo el tiempo iba a generar en ella una situación muy inestable. “Más allá de la negación de su momento y la falta de apoyo por parte del grupo familiar o de amigos, hoy nuestra vida es totalmente diferente y pudimos mantenernos en pie”.

Las reformas en la casa que iban a habitar fueron una prioridad. También se tuvo que trabajar en la instalación de rampas, pisos antideslizantes y un espacio especialmente adaptada para que Ezequiel sea atendido por los profesionales. Así logró transformar una de las habitaciones de la casa en una sala sensorial, como le gusta llamarla, con los elementos que el chico necesita para rehabilitarse y divertirse al mismo tiempo.


Una de las claves en ese proceso de adaptación a la nueva vida que llevan juntos fue comenzar a hacer actividad al aire libre. Es que Valeria advirtió que Ezequiel disfrutaba enormemente cuando sentía el viento en la cara y el calor del sol en su cuerpo. Así, navegando en las redes sociales conoció la historia de Ignacio Muñoz, un padre ecuatoriano que fabricó bicicletas inclusivas para sus dos hijos con discapacidad. No lo dudó ni un instante y se contactó con Muñoz. Él le envió instrucciones para que pudiese fabricar su propio modelo. Después de algunos intentos fallidos, con la ayuda de familiares y amigos, finalmente logró dar forma a su propio modelo, al que bautizó KEDA 01, en honor a los hijos de Ignacio, Kevin y David.


Luego de entrenar durante varios meses, Valeria animó a Ezequiel para que participaran en carreras de running y bicicletas. Y lo hicieron. Bajo el lema “si querés, podés”, se anotaron y completaron desafíos en Concordia, Lincoln, Luján, Mendoza y la ciudad de Buenos Aires. Pero eso no fue todo.


En septiembre del año pasado, juntos cumplieron el sueño de conocer la nieve y se apuntaron en Copahue Extremo, una competencia de 10K y 20 K en la nieve que requirió una adaptación de la silla del nene. “Lo más lindo es poder dejar nuestro mensaje: que las familias saquen a sus chicos a las calles y puedan disfrutar del aire libre, una actividad que los une y que a su vez es terapéutico”, asegura Valeria.


Sin embargo, la batalla más complicada de Valeria es contra la obra social. “Ioma no cumple con los pagos del cuidador domiciliario y, sin ello, nos quedamos sin personal. Todos los años nos toca luchar por lo mismo. Esto genera muchas consecuencias: desde la falta de tratamiento hasta la imposibilidad de que yo pueda ir a trabajar para cubrir las necesidades básicas que todo ser humano necesita”. Pero Valeria asegura que no va a bajar los brazos. “Pensaban que me iba a arruinar la vida, que iba a volverse muy compleja mi situación, pero estar juntos finalmente es lo que hoy me hace sentir feliz”.












 
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