Con 16 años, le SALVÓ la vida a una mujer con maniobras de RCP

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salvó a una mujer con rcp
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Tiene 16 años y es cadete en el cuartel de El Peligro, en sur del GBA. Le hizo RCP a una mujer que cayó desplomada en la vereda.

Lautaro Yedro en el cuartel de bomberos de El Peligro, donde el joven de 16 años es cadete. Foto Clarín

Mientras estaba inclinado, con las rodillas sobre la vereda, la muerte lo miraba a la cara y de cerca. En ese instante borroso, Lautaro se olvidó de todas las reglas mnemotécnica que había practicado más de 20 veces en galpón de los bomberos voluntarios de El Peligro. Le habían dicho que tenía que “cantar en voz baja” ese estribillo pegadizo: “Dale a tu cuerpo alegría Macarena, que tu cuerpo es pa' darle alegría y cosa buena”. No le salía la canción y no se acordaba de las otras fórmulas que le enseñaron los instructores en los ensayos de reanimación cardiopulmonar (RCP).

Tenía ahí, a menos de 20 centímetros, el torso tieso de una mujer de 70 años tendida frente a la vidriera del local de su madre. Inmóvil, sus ojos blancos le nublaron la razón. Pero Lautaro Yedro, de 16 años, cadete del cuartel, con apenas algunas prácticas en ahogar llamas en pastizales de la zona, no lo dudó. O, mejor dicho, no tuvo chances de elegir otra opción.

Apoyó su mano derecha sobre el esternón de la señora que ya casi ni respiraba, entrelazó los dedos de la izquierda y a partir de ahí se activó un instinto mecánico y comenzó la tarea de reanimación. “De pronto, el ejercicio me salió sin pensarlo. Como si lo hubiera hecho desde siempre”, recuerda. El RCP que había ejecutado sobre muñecos de plástico y en simulaciones con algunos compañeros lo hacía sobre un cuerpo moribundo de una desconocida.

Fueron cinco minutos que parecieron eternos: “Todavía no sé de dónde salió el coraje. Creo que sólo saber que podía salvar una vida era lo que me motivaba. Mientras miraba su cara pálida pensaba que esa señora tendría hijos o nietos que la esperaban y que no podía terminar así”.

Era una tarde fresca y nublada. El miércoles 5 de agosto, cerca de las 17, Lautaro acompañaba –y ayudaba- como casi todos los días a su mamá, Yésica Vink, en su negocio de venta de productos de granja. El local está en la avenida Mitre entre 54 y 55 de Hudson, en la zona sur del Gran Buenos Aires.

Allí estaba Lautaro en su faena de bajar cajones de los camiones de proveedores y acomodar estanterías en el comercio de esa calle con tránsito reducido por el aislamiento que impuso la pandemia. A pocos metros del almacén, está la puerta de acceso a un consultorio donde atienden varios médicos de la ciudad.

Una paciente llegó con un turno equivocado y por eso no pudo hacerse atender. No está claro qué pasó después, pero en un momento se oyeron gritos y pedidos de ayuda. La paciente se había desplomado. En el lugar pasaban algunos vecinos que salían de los comercios y enseguida varios la rodearon, impávidos.

“¡Lauti, tenés que ayudarla!”, reaccionó Yesica, que había dejado su lugar en el mostrador atraída por el griterío en la puerta. Allí, el aspirante a bombero percibió un frío seco por la espalda, pero nunca se le cruzó eludir el desafío. En el suelo la paciente, de 75 años, ya no daba señales de vida. En el entorno, todo era un remolino.

Lautaro dejó un cajón con pollos que acomodaba en la heladera, salió del local y con sus brazos abrió la rueda de gente que, sin iniciativa, sólo miraba pasmada. “Nunca había enfrentado una situación así. Nos habían dicho en la instrucción que es mucho más complejo sacar (recuperar) a una persona mayor que a una más joven. Pero esas cosas, en ese momento, ni las pensé. Me incliné sobre la señora y empecé”, recuerda ahora el servidor público por opción que asombró por su determinación y valor.

El tiempo se hace un chicle en esas instancias límite. “No te sabría decir si estuvo tres o cinco minutos. Pero parecieron eternos. Miraba los ojos de la abuela y me daba terror de que se muriera. Por dentro mientras hacía el ejercicio yo decía 'La tengo que salvar. La tengo que salvar. No se me puede ir'”.

Entonces llegó una patrulla policial y Lautaro creyó que su tarea había concluido. Pero los agentes también quedaron desorientados. El joven bombero miró a la pareja de uniformados y cuando advirtió que no asumían una acción de auxilio sanitario, volvió a echarse sobre la mujer y siguió con el “un, dos tres….¡impulso! Un, dos, tres…”.

“En un momento noté una mínima reacción y eso me dio fuerzas para seguir”, reconstruye Lautaro. A los nueve minutos –el dato quedó constatado en el acta de salud- estacionó la ambulancia del SAME y ya con algún signo vital recuperado se llevaron a esta señora que aún sigue anónima.

“Al otro día nos vino a ver el hijo. Nos agradeció y me pidió que saludara a Lautaro. Pero no le pedimos los datos. Ni siquiera un teléfono”, lamentó Yesica, la mamá del adolescente que se vistió de héroe. Saben que cayó tendida por una cardiopatía. Que estuvo dos días internada en el hospital “Evita” de Berazategui, que le dieron el alta y que no es de esa zona de Hudson donde ocurrió el incidente. El episodio asumió repercusión por un posteo que el cuartel de bomberos voluntarios de El Peligro difundió en sus redes. Y que luego fue replicado por la vicegobernadora de la Provincia, Verónica Magario.

Lautaro palpita desde chico la vocación por la actividad de los bomberos. Su madre también integró un cuartel y cuando el chico cumplió 12 ya ingresó a la “escuelita” que funciona a metros de la Ruta 2, cerca de la localidad de El Pato y a 20 kilómetros del centro de la capital bonaerense.

El cuartel de voluntarios de El Peligro tiene sólo cinco años. Es el único que no depende de la Policía de la Provincia. Es gestionado por vecinos e integrado por gente de la comunidad. Veinte son adolescentes como Lautaro, que todos los sábados realizan una instrucción obligatoria. Los primeros seis meses, como “aspirantes” y luego como cadetes.

“Yo no cambio las horas acá adentro por nada. Ni por el fútbol con amigos, ni por los jueguitos en la play. Esto es lo que más disfruto en la semana”, reconoció Lautaro, confirmando que tiene un vínculo estrecho con esta vocación.

“Acá primero formamos personas íntegras, que después se desempeñan como bomberos”, describe casi en formato de consigna la directora de la Escuela de Cadetes, Nadia López Fariña. Modesto, el campamento que cobija a Lautaro y sus compañeros se construye a puro esfuerzo. Unos pocos aportes oficiales, subsidios espaciados del Estado y mucho trabajo comunitario.

En pandemia las clases, las prácticas y las emergencias no se cancelan. Incendios de pastizales y accidentes en la autopista que por poco atraviesa el cuartel integran el podio de emergencias atendidas por los bomberos.

"Aca ensayamos y nos preparamos para enfrentar al fuego y salvar vidas. Por eso lo que pasó en Hudson fue sólo cumplir con lo que me enseñaron en el cuartel". Para Lautaro fue simplemente eso. Ahora lo esperan otros desafíos y dice estar en condiciones de afrontarlos.

Clarín
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