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“Niños con Síndrome de Down no pagan”, se lee una leyenda pintada de rojo en una peluquería en Salta que se viralizó en las últimas horas. Aunque esto se conoció recién, desde 2018 que realizan esa iniciativa solidaria a todos los que pasen por allí.
Antonio, el dueño del local, expresó: “Hacemos esto con mucho amor. Me sale del corazón” y contó que su hija Kiara -que tiene esta alteración genética- fue su inspiración.
Santo Antonio de la Cruz tiene 47 años y es dominicano, pero hace 16 años que vive en la Argentina. Su mamá llegó al país en 1993 e incentivó a sus cinco hijos a venir para acá.
En su paso por Buenos Aires conoció al amor de su vida, que le planteó la posibilidad de irse a vivir a Salta. Él tenía un trabajo estable como diseñador gráfico que le permitía enviar dinero a sus hijos en República Dominicana y renegaba de viajar. Sin embargo, poco tiempo después su mujer lo convenció, renunció y se mudaron al norte a “vivir una vida más tranquila”.
Corría el 2012 en época de carnaval cuando Antonio junto a su esposa fueron al corso y vieron la batucada que protagonizaban personas con Síndrome de Down: “Me parecieron increíbles, son maravillosos. El destino quiso que al día siguiente mi mujer empezara con trabajo de parto y nació la Kiarita. En ese momento, los médicos me preguntaron si conocía lo que era este síndrome porque era muy probable que lo tuviera. Cuando me dijeron eso, dije: ‘Bienvenida sea, es una bendición de Dios y él me la mandó para que la llenemos de amor’”, recordó emocionado.
Había pasado por varios trabajos hasta que un día decidió estudiar Barbería. “Algo sabía, pero quería tener el título y abrir mi propio local”, dice Antonio. Con mucho esfuerzo en 2018 pudo poner en pie su peluquería en la capital salteña y desde entonces hace cortes solidarios a niños con Síndrome de Down, inspirado en su hija.
“La Kiarita me hizo ser así, ella es la que me catapultó”, señaló Antonio, aunque sus amigos dicen que siempre tuvo un corazón enorme y un accionar ejemplar. Con uno de ellos recorrían comedores y merenderos todos los martes para llevar alimentos y, de paso, hacían cortes. “Ya con el local abierto, me salió del corazón ofrecer este servicio y todos se coparon”, relató.
En ese sentido, repitió lo que le dijo un cliente que llevaba a sus niños a su barbería: “‘Tengo un largo viaje desde mi casa hasta acá, pero las ganas que le pones a tu trabajo son una maravilla. No hay nada comparado a cómo trabajas con los niños. Nunca se dejaron cortar el pelo con nadie y contigo están a gusto’ me decía y yo feliz”.
“La gente me estrecha la mano y me felicita porque dicen que no hay mucha gente que lo haga. Para mí, es normal. La realidad es que no busco publicidad porque es algo que lo hago por amor. Yo solo quiero colaborar”, señaló.
Detalló que tiene algunos clientes fijos con los que ya tiene una relación especial y marcó que muchos que van por primera vez, se sorprenden: “Me ha pasado que vienen y no sabían de esto, entonces quieren pagarme o me dicen ‘No vine por eso’. Pero a mi me da felicidad que vengan y pueden venir las veces que quieran porque haré esto toda la vida”.
Ante la falta de empatía con la que estamos acostumbrados a vivir, historias como la de Antonio inspiran y nos invitan a creer de que no todo está perdido.
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