Difunta Teresa, una santa popular sanjuanina que despierta cada vez más devoción

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Teresa Merlo de Vargas al norte de los Baños de Guayaupa, en el departamento Angaco, y la tragedia le acaeció siendo joven y madre. Se le han atribuido distintos milagros y desde su muerte ha despertado una fuerte devoción. Files le han construido con el tiempo una capilla, que es epicentro de peregrinaciones y cabalgatas en agradecimiento.








El paraje “Difunta Teresa”, situado en la falda del cerro Pie de Palo, es un pintoresco lugar al que asisten numerosas personas para agradecer por sus fuentes laborales y pedir por la salud de sus familias. También, desde hace unos años y en forma consecutiva, en épocas en donde no se entraba aún en pandemia, se realizan cabalgatas organizadas por agrupaciones gauchas.

Así, con el correr del tiempo el santuario se convirtió no solo en un lugar para congregar a los fieles devotos, sino también en un atractivo turístico para visitar este rincón de la provincia. No obstante, muchos no conocen la historia que envuelve a la Difunta Teresa, una mujer a la que la tragedia le acaeció siendo joven y madre. Se le han atribuido distintos milagros y desde su muerte ha despertado una fuerte devoción.

La leyenda entorno a la Difunta Teresa se remonta a finales del siglo XIX. Ella, Teresa Merlo de Vargas, vivía con su esposo al norte de los Baños de Guayaupa, en el departamento Angaco. Estaba envuelta en este árido paisaje rodeado de algarrobos, jarillas y jumes.

En ese lugar tenían una especie de paso obligado para los viajeros y para los trabajadores de minas cercanas. Ella salía todos los días a darle de beber a los viajeros que pasaban por el desolado lugar, cargando leña y carbón, por las huellas destino a Jáchal o Valle Fértil.

A la difunda se la describió a lo largo de los años como una mujer bondadosa y servicial capaz de ayudar a quien se lo pidiera. Trasmitía paz y con sus acciones se ganó el cariño y la confianza de los lugareños y quienes se encontraban de marcha.

Tenía siete hijos antes de que la malaventura aconteciera. Cuenta el relato popular que se encontraba embarazada en avanzado estado de gestación, alrededor de los ocho meses, y salió una mañana temprana a buscar alimentos, pero tropezó y cayó golpeando con su vientre en el suelo duro y terroso.

Según la leyenda, ella sentía que no podía resistir y sólo tuvo fuerzas para esperar a su marido. Cuando él llegó, Teresa estaba encima de un charco de sangre con poco aliento. Su bebé ya estaba muerto por la terrible hemorragia que sufría desde hacía varias horas.

Con el poco aliento que tenía le recordó a su marido su última voluntad: que fuera enterrada donde vivía, pues Teresa estaba enamorada de su tierra. Pero su marido no le hizo y junto a su familia recogió sus restos para llevarlos al cementerio de Angaco.

Cuentan los pobladores que no hubo fuerza humana capaz de trasladar el cuerpo. Apenas lo intentaron, se levantó una tormenta que espantó a los caballos, dejando al descubierto el enojo de la mujer por no cumplir su pedido. Avanzaron un tramo, pero una crecida les cortó el paso. Al final, cuando retrocedieron todo se calmó y la enterraron allí, donde había pasado toda su vida.

El cuerpo de la difunta estuvo por años yaciendo debajo de un algarrobo. Sin embargo, hace unos 40 años su familia decidió desenterrarla para trasladarla al sepulcro donde hoy descansa.

Le construyeron un pequeño salón que hiciera de capilla hasta que se quemó por un incendio provocado por las velas que le llevaban las personas para darle gracias o para realizar un pedido.  Después, un sobrino le construyó un templo un poco más amplio. Allí empezaron a llegar nuevos promesantes cada año, ayudando a erigir el santuario, y comenzó la tradición de una peregrinación anual.

Teresa murió sin asistencia médica, y es por ello que muchas mujeres embarazadas suelen pedirles por sus partos sin complicaciones y por los niños por nacer. También hay quienes le piden por trabajo y se convirtió en protectora de todos los gauchos viajeros. Pero lo cierto es que la devoción hacia la Difunta Teresa se propagó por quienes vivían en su comunidad y quienes eran foráneos hasta la actualidad.
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