#OPINIÓN La derrota como apología de la victoria

Cultura
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Por José Luis Lisi, Analista en Comunicación y Publicidad, Diplomado en Marketing Digital,  Filósofo. 

En este ya no tan nuevo mundo que se muestra ante nuestros ojos, siguen cohabitando conceptos que traemos sobre nuestras espaldas desde la Antigua Grecia. Para muchos historiadores, el año 776 a.C. marca el inicio de dicha civilización con la celebración de los primeros Juegos Olímpicos.

Es importante ver que para la idea de Cultura Occidental esta fecha establece un hito fundacional, desde tiempos remotos los hombres ya viviendo en sociedad han sido partícipes de contiendas, enfrentamientos, juegos, fustas deportivas, etc., para establecer ciertas categorías, escalafones de supremacía de unos respecto a otros, esto sin mencionar que para ciertos pensadores, como Immanuel Kant, hasta la guerra es un mecanismo válido para la superación de la especie humana, un tema por demás controversial.

Traer al relato al deporte podría servirnos de ejemplo válido para aplicar en numerosos órdenes del cotidiano vivir.

Si buscamos una definición de la palabra “derrota”, encontramos que ésta sería la acción y efecto de derrotar o ser derrotado. El verbo derrotar, por su parte, hace referencia a vencer o ganar en un enfrentamiento, a romper o destrozar, o a arruinar a alguien en la salud o en sus bienes.

Dentro de la definición encontramos una serie de conceptos que podrían ser también analizados de manera independiente, pero veamos solo la parte que dice que la derrota es “vencer o ganar en un enfrentamiento”. En el deporte en sus más variadas disciplinas se trata justamente de esto, engloba una preparación intensiva del deportista para elevarse por encima de las capacidades del rival donde el objetivo es, precisamente, la derrota del contrincante, lograr el objetivo está configurado de manera tal que si no se alcanzase el triunfo por sobre el oponente estamos ante la presencia de un derrotado.

Ahora bien, la pregunta es qué hay tras un derrotado o un victorioso, la historia universal cuenta en sus largas páginas los triunfos de los vencedores ocultando deliberadamente a los vencidos, aquellos que fueron invisibilizados por los triunfos de los laureados, las voces acalladas en los pasillos del devenir humano retumban en las oscuridades y en el relato histórico hay solamente lugar para las odas de los que lograron hacer valer su supremacía sobre el otro.

Un mundo de oros y otro mundo de cospeles conviven diariamente, lamentablemente se considera la derrota como sinónimo de fracaso total y absoluto, sin tener en cuenta que tras un supuesto derrotado se erige un verdadero ganador de sus batallas cotidianas y personales, ejemplos son los que sobran, un sinfín de acontecimientos posibilitaron la llegada a un determinado objetivo antepuesto o planificado en la persona de un supuesto derrotado.

La vorágine del mundo de hoy nos consume segundo a segundo, nos empuja hacia un tobogán de inercia por el cual precipitamos con prisa y sin mucha resistencia, nos dejamos arrastrar hacia ese lugar donde la vida pareciese ser eso que nos van “sugiriendo” casi forzadamente desde diferentes bastiones invisibles a nuestros ojos, desde lugares premeditados fuera de nuestro alcance de voluntad, desde dispositivos que manipulan el interés e intención de acuerdo a algoritmos y demás vericuetos tecnológicos.

En este diario andar nos enfrentamos cara a cara a la inmediatez de lo absolutamente todo, agigantando de este modo la necesidad de alcanzar de forma instantánea aquello que deseamos, ya sea por nuestros sueños propios o por los sueños que se inoculan a través de medios foráneos a nuestra intención, que de ese modo posibilitan la llegada a nuestro mundo aquellas fábulas elaboradas en un universo de estrellas y fantasías de toda índole.

Es, entonces, una práctica saludable entender la derrota como apología del triunfo, de la victoria, en definitiva, la suma total de derrotas podemos internalizarla como la antesala para el gran desafío que constituye la vida en sí misma.
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