De una villa directo a trabajar a un hotel exclusivo FIFA en Qatar: "sufrí mucho"

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emanuel portillo
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Emmanuel Portillo es formoseño y se fue a Capital Federal para buscar alternativas. Trabajó en un café en la Villa 31 y se cansó del estrés y de sufrir. Por ello, buscó alternativas y ahora vive un momento soñado. 







Habla de la Argentina y se le llenan los ojos de lágrimas. Como si no pudiese asumir aún la idea de que su país lo expulsó. Cuando ya no soportó más decidió hacer un cambio de vida. El pasado 4 de julio llegó a Qatar por una oportunidad laboral y hoy es el barista del exclusivo hotel de la FIFA en Qatar. La de Emmanuel Portillo es una de las grandes historias de vida de argentinos en la casa del Mundial.


Emma, como prefiere que lo llamen, acude a la cita acordada en un café ubicado en una zona de Doha con fisonomía de Venecia. Junto a la vereda, un puente y un río artificial con botes que los turistas abordan para recorrer parte de la casa de la Copa del Mundo desde el agua mientras otros esperan en fila para poder tomar. A escasos metros de allí, uno de los imponentes edificios de los reyes ilumina su cúpula de color azul. Son las 16:45 y ya es de noche en Qatar.





Plaza Venecia, Doha, Qatar. Plaza Venecia, Doha, Qatar.

“Yo nací en Clorinda, Formosa, una de las zonas más pobres de la Argentina. Terminó el colegio secundario como abanderado en un colegio técnico”, recuerda este técnico en aeronáutica y barista que recuerda que cuando era chico su mamá compraba un paquete de salchichas y hacía magia para repartirlas entre él y sus tres hermanos para que se alimentaran con eso y raciones de arroz, mientras ella se iba a dormir con un mate cocido como cena.


“Mi mamá es peluquera y siempre trabajó en negro, pero nos dio lo mejor de lo mejor. Mi papá es excombatiente de Malvinas y cuando volvió trabajó en el transporte. Mis hermanos y yo estudiamos en un colegio privado, uno es ingeniero, el otro estudia para contador y yo me formé en varias profesiones”.



De Clorinda a Buenos Aires


“A los 18 años me fui a Buenos Aires a estudiar en el Instituto Argentino de Aviación Civil para ser Técnico Aeronáutico, me recibí y ahí empecé a trabajar en el Aeropuerto de San Fernando. Estuve allá desde 2007 hasta 2022. Llegó un tiempo en el que me sentí consumido por el aeropuerto, sentía mucho estrés,pasaba muchas horas a la intemperie y noches y noches de mantenimiento porque los aviones trabajan en general horas de día y nuestro trabajo se hacía de 12 a 6 de la mañana, por lo que casi no dormía.



En busca de un cambio


“En 2017 empecé a buscar alternativas para desviar mi atención y poder bajar el estrés. Hice un curso en la Escuela Argentina de Cerveceros y empecé a trabajar en una cervecería de Béccar como ayudante de cocina. Llegué a ser encargado de la planta, hacíamos producciones de barriles y yo hice mi propia marca de cerveza, lo cual estaba buenísimo, pero entre el aeropuerto y mi emprendimiento que lo hacía por gusto pero también para sumar una entrada, no paraba. En Buenos Aires yo vivía en una pensión y la pasé mal económicamente. Tenía un colchón en el piso, el celular y una mochila, nada más. A mi mamá yo le decía que estaba re bien, pero por momentos la pasaba muy mal. La verdad es que sufrí mucho...”



Un amor que tenía que ser


“En 2014 me reencontré con mi novia, a quien conocía de Clorinda. Habíamos sido novios en la secundaria y 10 años después volvimos a ver y desde entonces estamos juntos. Ella tiene muchos estudios y le pasó lo mismo que a mí porque en un momento dijo “ya, basta”. No solo queríamos un bienestar económico sino de mente y eso en Argentina es muy difícil.



Diogo Bianchi, el gran maestro y la llave de la vida que vendría


“Buenos aires es una ciudad explotada totalmente. Siempre apurados, siempre nerviosos.... Entonces queríamos otra cosa. Yo estaba con la cerveza, llegué a ser Máster cervecero y en paralelo me interesé por el café porque como vi la malta, los granos, tocaba y olía las texturas y me provocaban sensaciones diferentes. Entonces me fui al Instituto Gato Dumas y me puse a estudiar. Ahí lo conocía a Diogo Bianchi, el único Maestro Cafetero de la Argentina. Fue mi profesor en ese momento en el café especialidad, que es en lo que yo me perfecccioné. Diogo me enseñó todo sin pedirme nada a cambio y me propuso trabajar con él.





Emma Portillo y el Maestro Cafetero, el brasileño Diogo Bianchi.

¿Una cafetería en la Villa 31? La gran puerta hacia el salto


Diogo me sumó a uno de sus grandes proyectos, que era insertar las cafeterías de especialidad en las villas de emergencia. Yo le dije ¿saldrá eso?, y él me dijo: ‘obviamente’, y así fue. Lo que él quería era que nosotros, yo como encargado y las chicas del barrio que trabajaban ahí, no solo atendiéramos a la gente para venderles café, sino que le enseñáramos de que se trataba el producto. Fue gente que nunca había tomado un café, que no sabía lo que era una máquina. En la villa yo aprendí a valorar a la gente y a ver la vida de otra manera. Había personas que no podían pagar el café que querían y yo se lo daba, incluso sabiendo que tenía una cámara atrás, pero también siendo consciente de la persona y de que Diogo no me iba a decir nada.


“Ojo que en esa cafetería, que estaba a dos cuadras del Ministerio de Educación, entraban pobres, pero también políticos y militares, pero para nosotros eran todos iguales. Una saludo de bienvenida, una sonrisa, una calidez humana y explicar, siempre explicar. Esa era la política”.










Buenos Aires, querido, pero tan difícil...


“Yo había encontrado en el café lo que amaba hacer. Pero no estaba bien. Con mi novia veníamos de muchos años de deterioro económico, deudas, desilusiones, mucho trabajo, mucho esfuerzo físico y estrés emocional. En la pandemia yo resurgí con mi emprendimiento de cerveza y ella se recibió de chef. Ahí empezamos a vender comida con bebidas pero nos hartamos y tomamos la decisión de irnos del país: “¿Adónde?”, dijimos. Y la respuesta fue “adonde sea”, y empezamos a buscar. No teníamos nada material para llevarnos, nuestro caudal estaba en la cabeza: ella una profesional gastronómica y yo uno de cerveza y café: todo lo que necesita un buen restaurante.



Qatar, allá vamos


“Empezamos a buscar en redes sociales de lugares de todo el mundo, Europa, Estados Unidos... Estuvimos a punto de irnos a Croacia en febrero, pero surgió el problema de la guerra y no pudimos, hasta que de repente salió esta oportunidad de oferta laboral en Qatar por el Mundial. Ahí aplicamos, empezamos a tener entrevistas, pasamos más de 18 pese a nuestro inglés súper básico, hasta que tanto el chef que tomó a Roxana, mi novia, como la manager del hotel donde trabajo que me fue la que me tomó a mí, confió en nosotros ciegamente porque a pesar de nuestro idioma ella creyó en lo que le dijimos. Nosotros queríamos venir a trabajar para poder progresar. Y bueno... nos contrataron a los dos. Cuando nos confirmaron estábamos súper contentos, no lo podíamos creer, saltábamos y noa abrazábamos. Me acuerdo que esa noche salimos a comer como si fuéramos ricos”, recuerda y se emociona.



Adiós, Argentina


“Fueron 15 años de muchas cosas, fuimos vendiendo todo, yo terminé durmiendo en el piso... y me daba bronca porque tenemos un país hermoso y muy grande pero políticos tan corruptos que te terminan expulsando y son ellos los que lo manejan mal. Mi novia se fue primero y lloró un montón. Yo también porque me sentía totalmente solo mientras vendía todo para irnos. Mi mamá me preguntaba por qué hacía eso y yo le decía que no había más nada que hacer en el país. Hay gente que me criticó por irme, por no ser patriota, pero yo creo que como argentino estoy haciendo patria acá. Mi delantal de barista está lleno de banderitas celestes y blancas”.










Hola, Qatar


“Vendí nuestras cosas, mis emprendimientos, renuncié en el aeropuerto y lo último que vendí fue el colchón. Mi novia llegó a Qatar el 18 de junio y yo el 4 de julio. Me fui del aeropuerto sin que nadie me despidiera porque mi familia vive en el interior, solo me saludó un compañero del laburo. Me costó dejar el país, pero lo hice con mucha ilusión de crecer porque allá avanzás un paso y retrocedés 20, y acá avanzás un paso y la gente te reconoce.



La vida en Qatar


“Cuando llegamos, la empresa que nos contrató nos hizo un entrenamiento de tres meses para el oficio y la vida en Qatar. Comportamiento, reglas, lo que se puede y lo que no. Acá, el Corán, que es la Biblia de ellos, es ley. Todo lo que dice ahí es lo que está permitido o prohibido y entonces penado con severidad. Acá, por ejemplo, yo puedo abrazar a Roxana porque nos tuvimos que casar para poder caminar por la calle de la mano, o abrazarla, si no, no podría aunque también tratamos de evitarlo. Si lo hacemos y nos paran, les tenemos que mostrar que estamos casados. Yo respeto la cultura y el país porque me recibieron, tambien respeto a quienes nos contrataron”.


“Por supuesta que hay reglas que nos cuesta mucho. Este país es un Gran Hermano que todo lo ve. Si escupís en la calle, te multan, no podés estar con una mujer sin casarte, mucho menos convivir y si una mujer que no está casada queda embarazada, es detenida por la policía. Acá estamos todos vigilados, tampoco podés, por ejemplo, apuntar con el dedo a alguien porque se lo considera una falta de respeto y no se les escapa nada. Conviene respetar porque la consecuencia de no hacerlo es la deportación o ir preso por 10 años, lo cual no es recomendable para nadie en ningún lado, pero menos acá”.



De la Villa 31 al hotel de la FIFA en Qatar


“Yo trabajo en el Katara Tower, un hotel que tiene forma de medialuna y que por ahora no está abierto al público común porque durante el Mundial es exclusivo para integrantes de la FIFA. Yo fui contratado por la empesa internacional hotelera Accor, y trabajo en el que es el único restaurante latino que hay en medio oriente. El restaurante se llama Vaya, que es como decir ‘lets, go’”.





Emmanuel Portillo y detrás el Katara Tower, el hotel para el que trabaja en Qatar. Emmanuel Portillo y detrás el Katara Tower, el hotel para el que trabaja en Qatar.

El futuro llegó


“Si me preguntás cómo estoy acá en estos cuatro meses te puedo decir que en este tiempo avancé más que en 15 años en la Argentina. Mme siento valorado e identificado como persona. Acá todo el tiempo podés adquirir más conocimiento y experiencia, incluso ya trabajando el poco tiempo que yo llevo me reconocen como todo un profesional porque el hotel en el que trabajo es seis estrellas, o sea, lo máximo, lo cual te da un status que tiene mucho valor”.



Y el bienestar económico también


“Acá se puede progresar y depende de uno. Nadie te pone palos en la rueda. Por ejemplo, a mi mujer, que trabaja de chef en el mismo restaurante que yo y hacen todo tipo de gastronomía latina como tacos, piezas de asado, empanadas, churros, etcétera, y a mí que estoy con la parte del café y tengo uno de mi especialidad que es con dulce de leche, la empresa que nos contrató nos da hospedaje, comidas y vacaciones, y lo que que nos paga queda para nosotros. En Buenos Aires yo no llegaba a ganar 100 mil pesos. Acá los supero... Hay días en que nos miramos y nos preguntamos: ¿qué hacemos acá? No lo podemos creer”.



Conocer a Messi, ese sueño por cumplir


Emmanuel Portillo es fanático del fútbol e hincha de River. “¿Si mi sueño es servirle un café a Lionel Messi? ¡Y claro! ¿El de quién no? Si todos queremos conocerlo”, dice y cuenta que “muchos argenitos nos juntamos para tratar de ir a un partido del Mundial, pero en mi caso, como atendemos a la FIFA y la empresa nos dijo que íbamos a estar a full, entendimos que no podemos hacerlo. Trabajar en un hotel donde se aloja el Gianni Infantino o embajadores como Javier Macherano o Javier Zanetti pasará solo una vez y hay que estar enfocado en esto”.





Emmanuel Portillo en el restaurante de Qatar para el que trabaja. Emmanuel Portillo en el restaurante de Qatar para el que trabaja.

Vivir es disfrutar


“Lo que me tocó pasar y sufrir me enseñó que no hay que meterse mucho en el sistema porque para mí eso no es vida. Para mí, vivir es viajar, disfrutar... ¿Comprarme una casa? ¿Para qué? Después te morís y eso a quién le queda... Yo ahora, por mi contrato, me tengo que quedar por seis meses de manera obligatoria y a partir de entonces irme o cumplir los dos años de contrato, y después veré qué hago. La cadena para la que trabajo tiene 185 hoteles alrededor del mundo y si trabajo bien en este tiempo especial del Mundial, sé que podré seguir creciendo. La oportunidad me cayó en el momento justo y la quiero aprovechar”.


Fuente: TN
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