Yeah Yeah Yeahs tocó en Buenos Aires

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Yeah Yeah Yeahs
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La banda liderada por Karen O volvió al país para tocar en Groove. ¿Qué pasó esa noche mágica?

Legendarios. El grupo rompió los esquemas de los fanáticos argentinos.

Fuente: Revista Rolling Stone

Karen O es hermosa. Es hermosa, aunque no se sepa bien cómo. Ni exactamente por qué. Está vestida de amarillo, con una suerte de uniforme payasesco de niño de los cincuenta, como un Angus Young psicodélico o el Chavo protagonizando una de Stephen King; parcialmente cubiertas por medias estridentes, sus largas piernas blancas atraviesan los shorcitos. En su cabeza, sobre la melena corta que volvió a ser morocha y cae siempre despeinada sobre su cara, lleva una luz de minero que alumbra al público mientras se mueve al ritmo de la oscura marcha electrónica llamada "Under the Earth". Entona con voz también infantiloide, profundamente distorsionada, casi alienígena, la misma con la que pronuncia el primero de los gracias de la noche. Sus brazos se estiran kilométricos, la luz vuela por los aires. Karen O, frente a un Groove repleto y acalorado, encarna en esa figura inexplicable el regreso necesario de los Yeah Yeah Yeahs a la Argentina, así, hermosa.

Y también sexual.

Después de ese inicio, una de las muestras de Mosquito -el disco nuevo que los trae de vuelta: vinieron en 2006, cancelaron en 2011-, el viaje inmediato hacia los inicios, diez años atrás. "Black Tongue" recuerda enseguida las razones de la excelencia del debut Fever to Tell, ahí cuando el garage-punk que los caracterizaba todavía no había sufrido las mutaciones sintéticas que traería el fin de la década pasada y el trío (que en vivo es cuarteto, con David Pajo en guitarras) representaba otra de las promesas neoyorkinas del cambio -sonoro- de milenio. Karen salta y pega esos grititos de puta exagerada, frena y se moja con una lluvia brillante de pequeñas Y de papel. Groove (que iba a ser Luna Park pero por suerte no) estalla en un pogo bailable, guiado por el beat acompasado del nerd Brian Chase que muta en la intro cruda de "Gold Lion", ésta de Show Your Bones. El desgarbado Nick Zinner despliega el primer solo arremolinado ante los agudos imposibles de su compañera que ahora mueve sus caderas, poseída por un algún ser sobrenatural o un ataque de epilepsia. Lo que sigue es uno de los momentos de la noche: con su cara cubierta por un manto púrpura, O se come literalmente el micrófono, lo sostiene sólo con sus labios e improvisa algo así como un death growl impensado, practica una fellatio sonora y feroz, arrodillada en una pose triunfal.

Suenan algunas muestras de It´s Blitz, lo que muchos consideran el disco de quiebre, de cambio de rumbo ("Heads Will Roll", "Zero"), ahí se baila; hay baladas pseudo-acústicas como "Turn Into" y revival post-punk con "Y Control", hasta que se termina el bloque principal, a sólo una hora de haber comenzado todo. Pero antes está "Sacrilege", que funciona como una revelación. El tema que abre Mosquito y que sorprendió (o tal vez incomodó) con su final de épica góspel ni bien fue parido como single-adelanto pone en evidencia algunos desajustes del registro expansible de O pero al mismo tiempo la eleva a un plano al que sólo llegan los más grandes arengadores del rock: envuelta en su prédica hereje, alza los brazos y aplaude alineada en un mismo movimiento con los brazos de Chase, que deja de tocar su batería para también entregarse a la ceremonia. Durante unos instantes, la sincronía es precisa. Con sus cuerpos, dibujan una i griega mutante, la inicial del nombre de esta secta trash. "Y yo imploro, y yo rezo", dice. Desde ahí arriba, la imagen de Karen O se alimenta de la energía de los creyentes en los poderes de su efectividad escénica, de su hermosura imperfecta.

Después del corte quedan veintitrés minutos más, con la autoproclamada "canción de amor" y balada icono del nuevo art-punk "Maps" en versión semiacústica y el anticipado final: el anuncio siempre desaforado de su cita eterna con la noche.

Por Yamila Trautman
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