Las mejores anécdotas de Ana, inmigrante destacada en San Juan

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Vino hace muchos años en barco hasta San Juan desde un lejano pueblo de España. Compartió su historia con DIARIO MÓVIL y por ello será reconocida por funcionarios nacionales de Migraciones.



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Ana González tenía 11 años y en el inicio de la adolescencia tuvo que atravesar el oceáno por un futuro mejor. Llegó a San Juan con su familia, conoció a su marido y formó una gran familia y legado. Compartió sus anécdotas con DIARIO MÓVIL.

Vinimos en el barco Cabo San Roque, uno de los últimos. Era 1962 y navegamos 14 días. Mi abuelo había pagado el viaje desde Argentina, camarote en segunda clase. Pero una familia no podía viajar por cuestiones de salud y nos dejaron a nosotros su lugar en primera", recordó la mujer. "Tuvimos comida de primera. Como anécdota es que siempre había spaguettis y a mí nunca me gustaron los fideos, eran como lombrices",contó con gracia. Sin embargo, ella misma recuerda el hambre que pasaron en su pueblo, Alpujarra España, que los motivó a dejar el país. "Sufrimos mucho, éramos pobres, de esa pobreza que duele, de la que no hay ni para comer. Por esos años en Argentina estaban muy bien así que enviaban la leche en polvo en bidones de 200 litros y queso amarillo. Mi padre se iba a trabajar todo el verano a Los Pirineos a sembrar y cortar pinos y volvía en el invierno al pueblo. A veces nos mandaba dinero y otras no".

Foto Nicolás Mercado para DIARIO MÓVIL

Al llegar a Buenos Aires los buscaron y alojaron en el Hotel de los Inmigrantes antes de viajar a San Juan. "Uno de los recuerdos de mi hermano menor es que cuando fue al baño abrió el bidet que no existía en España y salió asustado corriendo pensando en que había roto algo”.

A los 3 días vinieron a San Juan, aunque al padre de Ana le ofrecían trabajo para quedarse en Buenos Aires. "Iban muchos estancieros a buscar personas que quisieran ir al campo, pero como él estaba llamado para San Juan se vino para aquí". Tomaron el tren y "cuando por fin el tren paró en San Juan, en la estación San Martín, nos tomamos un taxi y nos fuimos hasta la calle Benavídez. El chofer no encontraba el lugar porque no era exactamente sobre esa avenida, sino que había que ingresar por un callejón. Eso era cerca de lo que hoy es el Servicio Penitenciario”, recordó Ana.


Foto Nicolás Mercado para DIARIO MÓVIL

“Entonces el taxista preguntó a unas personas y justo eran paisanos de mi padre. Estaban de carneo, vimos fiesta y nos quedamos. Allí comimos y después nos fuimos a donde estaba mi abuelo y mi tío, mi abuela ya había fallecido. Mi abuelo no estaba esperándonos porque estaba internado en el hospital Rawson. Pero mi tío y mi tía estaban y fue tremenda la alegría cuando nos vieron. Sabían que íbamos, pero no sabían qué día. Eso fue a las 22 porque nos encontramos después de haber pasado el día en el carneo”.

Mi mamá solo tomó un mate en toda su vida, porque se quemó y no quiso nunca más. Yo después de grande empecé con la costumbre del mate. Esa noche nos quedamos ahí y al día siguiente salimos a buscar trabajo”, relató Ana.


Foto Nicolás Mercado para DIARIO MÓVIL

A los niños los inscribieron en la Escuela N°8 que aún existe por calle Coll. "Me pusieron en 5° grado, pero me daba vuelta a la maestra así que al otro día me pasaron a 6° grado. Un par de meses después me fui a Media Agua porque nos dieron un ranchito y allí comencé en la escuela pública de esa localidad. Como sería que la maestra me pedía que corrigiera yo las pruebas. Y me correspondía la bandera, pero como era extranjera no la pude tener. Nunca me nacionalicé porque quiero mucho a la Argentina, pero sigo siendo española. Las raíces siguen estando en el pueblo de Alpujarra”, dijo entre risas y con añoranza.


Foto Nicolás Mercado para DIARIO MÓVIL

Ana siempre dice que ve el vaso medio lleno. Su sueño fue ser maestra y aunque no pudo concretarlo si pudo escribir libros con historias auto referenciales. Se casó, tuvo tres hijos, 7 nietos, entre ellos una fallecida apenas llegó al mundo. Crió a sus hijos y en varias oportunidades a sus nietos también. Su vida no ha sido fácil, como la de tantos inmigrantes, pero es feliz. Ferviente católica, Ana González también perdió muchos prejuicios con los años y sigue muy paciente. Ese debe ser la receta para poder tener lo que tiene, no quejarse y disfrutar con pocas palabras lo que logró con el paso de los años.
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