Tevez y su amigo sanjuanino: vidas cruzadas por el fútbol, una niñez pobre y las luces del Wembley inglés

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La estrella de Boca fue abandonado por su madre cuando era bebé y su padre no le dio ni el apellido. Cuando vino por primera vez a San Juan en su regreso a Boca se fundió en un abrazo con Cristian Navas, con quien compartió inferiores y meriendas.






Carlos Tevez es una leyenda barrial que juega al fútbol los domingos en La Bombonera, ahí en donde es Gardel. Es Carlitos, el que salió de Fuerte Apache y llegó a ser figura en el Manchester United inglés y en la Juventus italiana. Su historia es impactante.

En San Juan, la estrella Xeneize tiene un amigo, con el que compartió fútbol y niñez. Los dos jugaron en el mítico estadio Wembley, de Inglaterra, y compartieron plantel en la Selección Argentina Sub 15.

La historia de Carlitos es marginal. Es una historia en la que por decisión del azar, el destino o cualquier otra variable que tenga que ver con el sacrificio y el talento, un pibe que podría haber terminado sus días a temprana edad -por una bala que “ajusticia” a esos pobres, que no son más que un número para la voraz economía de los que dominan el planeta y que, como decía Eduardo Galeano, sus vidas valen menos que la bala que los mata- llegó a una posición de poder y aceptación popular que hoy sabe usar.

Carlos, en cada situación en la calle, cuando se apagan las luces del fútbol, trata de dar un mensaje de filantropía y humildad.

Su madre lo abandonó cuando tenía cuatro meses. Más tarde, en días en los que los chicos de cualquier barrio disfrutaban de los dibujos animados o de la merienda del jardín de infantes, cuando tenía sólo cinco años, sufría porque su padre -el que no quiso darle el apellido al nacer- era asesinado de 23 balazos.

El niño fue adoptado por su tía y más tarde, para poder pasar de All Boys a Boca se cambió el apellido Martínez (de su madre) por el de Tevez, el del marido de su tía, a quien reconoce como su verdadero padre.

La vida de Carlitos encaja justo con cierto marketing de los medios masivos que están al acecho de la audiencia y muy pocos se animan a criticarlo abiertamente porque es un fenómeno de masas.

Quienes lo vieron de cerca las veces que vino a San Juan a jugar contra San Martín dicen que tiene la mirada transparente de los niños y que hay un brillo especial en las pupilas. Tevez mira a los ojos.

Tiene un tatuaje que le cubre todo el antebrazo derecho y que cerca de la muñeca reza “sos mi dios”. Pero el más importante no se le ve: en toda la espalda tiene un dibujo que representa la resurrección de Cristo y se lo hizo después de visitar al papa Francisco en la Ciudad del Vaticano.

Debajo de la cara y en la parte derecha del cuello sobresale la marca indeleble de su niñez: la piel derretida por el agua caliente que le cayó en su casa del barrio Ejército de Los Andes cuando tenía diez meses y que él no quiso cambiar, a modo de rendirle honor a su vida, su barrio, una marca que rubrica el mito. Tevez es amable y diplomático. En la calle no hay falsa modestia en sus gestos. El Apache es de corazón humilde. El carisma es su arma para ganarle al desánimo.




El amigo “sanjua”

El martes 18 de agosto de 2015, Tevez pisó suelo sanjuanino por primera vez después de su regreso a Boca. Llegó para jugar un partido de Copa Argentina.

Cuando bajó del colectivo en el Del Bono Park, en donde lo esperaba una multitud, el Apache fue directo a abarazar a un hombre de pelo largo y robusto que lo esperaba.

"¿Viste cómo me abrazó?”, repetía después, con una sonrisa amplía ese hombre. Parecía un niño al que le habían comprado su primera pelota de cuero vacuno.




Apenas dijo su nombre fue fácil relacionarlo con el mundo Boca, porque cuando él era adolescente se escribieron páginas sobre el sanjuanino que esperaba su oportunidad de pisar la primera de Xeneize, algo que por cosas de la vida nunca ocurrió. Cristian Vargas fue compañero de Tevez en inferiores y se conocen desde que tenían 11 años.

“No me salían las palabras, quería llorar, estaba muy emocionado, pude preguntarle si se acordaba de mí y él me dijo ‘¡más vale hermano!”, decía.

El joven contaba que cuando Carlitos se fue al exterior perdió contacto con él. Pero ese día el Apache llegó y lo reconocío: “Apenas me vio, desde el colectivo me saludó y cuando se bajó me abrazó. Eso demuestra lo que es como persona. Estoy que ya lloro. Que me abrace uno de los mejores jugadores del mundo no es algo de todos los días”, se emocionaba Cristian.

Vargas es una historia en sí mismo, pegada a la de Tevez. Recuerda el tiempo de baby fútbol con Carlitos, su paso por la Selección Sub 15 siempre junto a la estrella de Boca y el viaje para jugar en el mítico estadio de Wembley en Inglaterra.

A los 17 años decidió volver a la provincia porque extrañaba mucho. A su amigo famoso, Cristian no le dice Carlos, “El Negro” es el apodo que conoce desde esa infancia.

“El Sanjuanino”, como lo llama Tevez, conoce a la familia del diez y hasta pasó tardes enteras en su barrio. “Su casa era muy humilde. Iba a entrenar en una Ford de su papá albañil. Carlitos llegaba todo despeinado y su papá con la ropa de trabajo”, recordaba orgulloso.

Mientras rememoraba una vez más el abrazo, decía que Tevez tenía olor a perfume muy caro y que seguro era europeo. ”Un policía vino y me dijo sorprendido ‘¿y ese abrazo?’, me pidió mi número de teléfono y me dijo que le saque un foto a Carlos y se la mande por WhatsApp”, contaba.

Un amigo de Vargas reveló entre dientes que el ex jugador se volvió a San Juan porque en ese momento también “tenía una noviecita acá”.

A las dos y media de la tarde de ese día de agosto se acercaba alguien de la delegación de Boca buscando a Cristian. El plantel había terminado de almorzar. Tevez volvió a abrazarlo, se sacaron fotos y conversaron por poco más de cinco minutos.

Vargas subía otra vez emocionado y aclaraba que al día siguiente Carlitos lo esperaba para conocer a su hijo y a un paciente de la clínica en la que trabaja que está en silla de ruedas, porque es paralítico. “No dejen de venir”, le había dicho el ex Juventus.

Entonces Tevez cumplió. Pasaron 24 horas y en el Del Bono Park le avisaban al ex Boca que podía bajar al sector en donde no llega casi nadie. Pasaban los minutos. “Está tardando mucho”, decía.

En ese momento, Vargas recordó que el Apache jugaba los sábados en las inferiores de Boca y los domingos disputaba el campeonato de su barrio: “Un día lo retaron porque llegó lesionado”, se reía.

Cuando se abrieron las puertas del ascensor y apareció con una sonrisa Carlitos, los gardias abrieron las vallas y pasó Vargas.

Carlitos abrazaba al padre y al hijo de Cristian. ”No pasan los años para vos, ¿eh?”, Tevez se rería con el padre de su ex compañero de inferiores. El chico inválido, paciente de Cristian, conversaba con la estrella del fútbol mundial.

Como si fuera el living de la casa del diez, todos iban hacia un sofá y reían con las anécdotas.

Una vida de superación 

Cuando lo fueron a buscar de All Boys, el Apache tenía cinco años y don Segundo Tevez dijo que no lo podía dejar ir porque no tenía zapatillas, pero el enviado del club le consiguió un par prestado.

Vivía cerca del Nudo 14 (el más peligroso) del barrio Ejército de Los Andes y en las noches se asustaba con los tiros que a veces pasaban cerca de la ventana de su casa, pero tuvo que acostumbrarse a dormir a pesar de todo.




En una entrevista, de las muy pocas que brinda mano a mano, reconoció que cuando debutó en la primera de Boca muchos de sus amigos ya habían muerto por las balas de la policía o por ajustes de cuenta.

Brilló en el Corinthians de Brasil, el Manchester United y el Manchester City de Inglaterra, y en la Juventus de Italia. Además de ser campeón olímpico con la Selección Argentina. Pero esa burbuja llena de éxitos y plata no le nubla la vista cuando mira a los que sufren.

Tevez realiza campañas solidarias para el comedor de su barrio y cuando su equipo jugó por Copa Argentina en Formosa en 2015, por ejemplo, llevó su ayuda, lugar sobre el que dijo que de un lado de una pared hay un hotel cinco estrellas y del otro la gente se muere de hambre.

Su tarea social es un mensaje que llega a cada rincón del país, su sensibilidad se nutre de la experiencia. Probablemente Tevez trata de liberar ese dolor que lleva desde chico, para exorcizar la imagen de las balas que mataron a ese padre que no lo quiso, la foto de esa madre que lo abandonó cuando era bebé y el momento de la quemadura con agua caliente que lo llevó a estar varios días internado.

Tevez pudo haber elegido el resentimiento social y reaccionar violentamente contra los males que lo acecharon desde que nació. Pero él siempre lo dice: “Yo vengo de un lugar en donde decían que triunfar era imposible”.

El Apache, ese Fuerte Apache, cuando se apagan las luces del fútbol da una lección de vida con su manera de existir y hasta los más necios paran un rato para escucharlo y verlo actuar. Su amigo, el sanjuanino Cristian Vargas, sabe que es así.
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