Imparable: Ana Obarrio, la tenista de 85 años que jugará en el Mundial de Croacia

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Ana Obarrio estira sus medias, ata sus cordones y se acomoda el pelo largo y gris que le cae sobre los hombros. Vestida de blanco, saca su raqueta de la funda y sale a la cancha. Pelotea, pica la pelota y eleva su brazo para sacar y dar inicio al partido. A los 85 años no la frena ni la edad ni los 3 grados de sensación térmica.









Ana corre, frena, saca, devuelve. Este es su último entrenamiento antes de viajar a Croacia, donde representará a la Argentina en el Mundial de Tenis Senior para la categoría +85.

De chica estuvo federada pero abandonó el deporte para dedicarse a su familia. Volvió a jugar hace 25 años y hace 15 que compite a nivel internacional. Hace dos años ganó el máster argentino de su categoría.

Tenis en los 50
Era 1948 y Ana empezaba el secundario. Todos los días se despertaba temprano, antes de ir al colegio, y entrenaba en el club. Después se ponía el uniforme y entraba a cursar. La llevaba su papá -quien siempre la apoyó en su carrera-. Es que Ana era una de las grandes promesas de su época: competía a nivel nacional, en el colegio le daban las faltas libres, ganaba los torneos, hasta que decidió dejar.

"En ese entonces era una opción, la mujer no estudiaba", dice. La mujer terminó el bachillerato elemental en el colegio Michael Ham, en Vicente López.

En ese entonces, usaba una raqueta de madera y pollera hasta los tobillos. Sigue jugando con las mismas zapatillas marca Fila de suela chata que le cuesta conseguir. Todo cambio de ese tenis al de hoy: la ropa, los diseños, el nivel. Todo menos la competencia. La tecnología y el equipamiento cambió pero el juego es el mismo: "Un jugador, un contrario y a muerte".

Como mujer, Ana transgredió muchas barreras de su época. Una vez su mamá le cosió unos pantalones cortos para jugar y todo el club se revolucionó: "Me tildaron de loca por usar shorts, pero a mí no me importaba nada", cuenta. "Eran monísimos", agrega.

Hoy, sentada en el bar del Tenis Club Argentino (TCA) mientras comenta el reciente partido del argentino Diego Schwartzman con sus amigas, Ana recuerda que fue en este mismo lugar donde conoció a Ricardo Pereyra Iraola, su marido con quien compartió 40 años de matrimonio, y formó una familia de 10 hijos.

"Me lo presentó un amigo y desde ese día no nos separamos más", describe. El también jugaba al tenis, aunque no de manera profesional. "A él no le gustaba que yo compitiera con hombres, así que dejé".

La familia y el tenis: sus dos pasiones


No tiene nostalgia. No lo hubiera hecho diferente. No se arrepiente: "El tenis era parte de mi vida, pero elegí tener una familia antes que dedicarme a esto, y esa fue la mejor parte de mi vida", asegura.

Mientras criaba a sus hijos dejó totalmente de jugar: "No toqué ni una raqueta", dice. A los 30 años ya tenía siete hijos y jugar no era una opción.

Sin los hijos en la casa y con su marido fallecido, Ana retomó su pasión. "Una persona me vio en el club y me dijo: «¿Por qué no te anotas en los nacionales?»'". Ana aceptó y desde entonces su vida se revolucionó. "Nunca me imaginé que iba a volver a jugar", admite.

En su departamento en Recoleta, donde crió a su familia y hoy recibe a sus 37 nietos -hay camas, cuchetas y cuartos por todos lados- Ana sirve café en una taza con dibujos estilo khokhlomá y dice: "Esa taza la compré en Rusia después de un Mundial. Nunca había viajado antes".

Los torneos la llevaron a CroaciaAustria Turquía. "Hace 15 años que viajo por el mundo y con una amiga siempre nos quedamos y aprovechamos para pasear un tiempo más", cuenta. El juego le dio además nuevas amistades. "Conocí a una inglesa con la que entablé una amistad de muchos años", agrega.

Juega tres veces por semana con amigas y participa del torneo nacional de la Asociación Argentina de Tenis (ATA). No tiene rutinas ni dietas específicas. "No hago nada puntual para jugar al tenis, es al revés: jugar al tenis me sirve para estar bien".

Ya no entrena, se divierte, pero nunca deja de competir: "Aunque juegue con mis amigas, juego a ganar", admite, y cuenta que hay varias "chicas buenas" en su categoría, y que es la más adulta del torneo.

"Somos las más viejas", se ríe.

Ana tiene una fuerza que no reconoce edades y un espíritu que inspira a sus nietos: "Me dicen que soy demasiado competitiva pero no me importa, yo compito contra mí. Al otro lo uso para descongestionar, pero la lucha es siempre conmigo. Es mi fuerza para avanzar".
Para mí el tenis es como andar en bicicleta, como escribir, es algo que no me pregunto cómo se hace, me sale natural

No tiene miedo a lastimarse. Con las marcas del paso del tiempo en sus piernas al descubierto y las arrugas de la belleza de la edad, sabe que su nivel no es el mismo que el de sus 15 años, pero no le preocupa. "Es importante entender a esta edad se puede y se debe hacer algo. El deporte te permite pensar, te oxigena la mente, te ayuda a seguir adelante", dice.

Le gusta ver los campeonatos en la tele -en especial cuando juega Rafael Nadal-, y admira a Gabriela Sabatini. "A veces pienso si seguirá jugando cuando sea grande como yo, porque el tenis es algo que te queda adentro y te acompaña siempre", describe.

A sus 85 años dice que no piensa en el futuro, pero tiene un único objetivo claro: ganar el mundial.

Hace unos meses fue por primera vez a un bar de Palermo y se quedó hasta las 11 de la noche tomando champagne en la inauguración de una muestra de arte de Josefina, una de sus nietas.

"Eso de joven no lo hice, no tuve tiempo. Ahora voy a todo lo que me llaman mis nietos", dice la abuela y comenta orgullosa que acaba de comprar un libro que publicó Esteban, otro de sus nietos.

"A mí el arte me fascina, la literatura, la filosofía. Tengo ganas de hacer algo con eso", dice Ana, que cada tanto participa de talleres literarios. "Me gustaría reunirme con gente para filosofar", cuenta y saca de su cartera un anotador viejo, anillado, con hojas rayadas y abre la primera página. Hay algunos escritos fugaces que prefiere reservar para su intimidad.

Ana es insaciable. Cree que si no era el tenis, iba a ser otra cosa y recuerda un proverbio de Madre Teresa: "Dice « Cuando por los años no puedas correr, trota. Cuando no puedas trotar, camina. Cuando no puedas caminar, usa el bastón. ¡Pero nunca te detengas!». Eso pienso, nunca hay que parar".
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